Un día después de que varios usuarios de Transmilenio denunciaran que un bus de los nuevos se varó, la Alcaldía sacó una propaganda de página entera en El Tiempo. El texto defiende “las bellezas” de los 336 buses que están circulando por las calles de la capital. Esta publicidad va en línea con el esfuerzo comunicativo de la Alcaldía. Durante los partidos de la Copa América, la campaña “Impopulares pero eficientes” decía: “La popularidad no es un asunto que nos quite el sueño, cuando estamos convencidos de que las cosas se están haciendo bien”.
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Pero es precisamente este convencimiento arrogante el que tiene al alcalde con una favorabilidad del 23 % y una imagen negativa del 74 %. Desde que inició su alcaldía, Peñalosa tiene una forma muy particular de defender sus políticas frente a los capitalinos. Al mejor estilo tecnocrático de “yo te explico porque tú no entiendes”, pero sin siquiera ser tecnócrata, el alcalde nos instruye en lo que según él es lo mejor para nosotros. Cuando decimos que no queremos árboles cortados, él nos insiste furioso que sí, que sí los queremos. Cuando decimos que nos sentimos inseguros, él insiste que no, que estamos segurísimos.
Y esto sin contar su ya caricaturesca terquedad con Transmilenio. Mientras los usuarios se quejan de demoras, de los tiempos, de la baja calidad de vida y de los atracos, Peñalosa quiere seguir ampliando este medio de transporte sin persuasión y sin debate. Pero he ahí la gran falla de esta administración: saltarse la política. Al creerse presidente y no alcalde, Peñalosa ha rechazado cualquier esfuerzo por negociar con ediles, concejales y ciudadanos. Dejó lo micro para hablarnos de lo macro y, en su afán de conectar a Bogotá con sus ideas, ha humillado las ideas de sus ciudadanos.
Aunque muchos tengan alma de profesor, la tarea de los gobernantes no es ilustrar sino persuadir. La ciudad es un proyecto colectivo que no arranca si los ciudadanos se resisten. Las políticas públicas patinan si quien las ejecuta sólo genera rechazo. Los gobernantes no tienen que ser amados, pero no pueden ser odiados. No es una cortesía mediar entre las políticas públicas y los ciudadanos. Pese a la insoportable arrogancia del alcalde, la popularidad y la eficiencia van de la mano, y es muy difícil ser popular cuando trata a los capitalinos de tarados.