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La crisis diplomática con Estados Unidos es otro episodio de “Petro siendo Petro” y no de Petro siendo presidente. Si leemos con cuidado sus publicaciones en X, cada trino olvida más al Estado y se vuelve más auto-referenciado. La publicación que hoy tiene como destacada lo dice todo: “A mí no me gusta… me pareció una pendejada… confieso que me gusta… alguien terco, ese soy yo, punto… muero en mi ley... no quiero… lo que quiero… yo levanto… no me asusta…”. Él, él, él, todo sobre él, lo que le molesta, lo que lo define, lo que lo inspira. Su ‘yo’ domina su discurso, línea por línea, como si su propia voz le bastara para gobernar.
Petro, y eso es lo que debemos reconocer, no está actuando como presidente, sino como Petro. Su amor por sí mismo es tan grande que desborda el cargo. En lugar de encajar en la figura institucional, desde la cual se supone que debe representar el interés nacional, lo que hace es rebasarla hasta deformarla. Si en serio le importara más gobernar al pueblo que adorar su propia imagen, ya habría cumplido su promesa de abandonar X en lugar de seguir enriqueciendo a Elon Musk con cada trino. Pero no, “espejito, espejito”.
Eso no significa que no tuviera razón al exigir un trato digno para los migrantes colombianos deportados desde Estados Unidos. Un presidente debe velar por sus ciudadanos, y la denuncia de violaciones a sus derechos es una causa legítima. Pero el problema es cuando cada acto parece más un montaje para engrandecer su figura que un ejercicio genuino de liderazgo. Cada crisis se convierte en una oportunidad para alimentar su narrativa personal en lugar de fortalecer la institucionalidad. Sea cual sea la causa, la historia termina en él.
El problema con esta hiperpersonalización es que va en contra de lo que implica asumir un cargo, una oficina. Los roles de poder tienen límites, estructuras y expectativas. Un médico, por ejemplo, puede querer no salvar la vida de un criminal, pero su profesión lo obliga. Un profesor puede no coincidir con la ideología de sus alumnos, pero no por eso puede dejar de educarlos. Un piloto que atraviesa una crisis existencial puede estar cansado de este mundo, pero no por eso puede estrellarse con todo y pasajeros. Los cargos son una suerte de identidad pública que se adhiere o, al menos, regula la privada.
En la presidencia, la figura personal debe contenerse dentro del cargo del primer mandatario. Iván Duque representaba lo contrario a Petro: era un presidente que se quedaba corto, que no llenaba el espacio, que le sobraba oficina. Su figura no alcanzaba a ocupar la presidencia, como un niño en los zapatos del padre. Petro, en cambio, la sobrepasa de manera grotesca, como un monstruo alienígena que crece sin control. No cabe dentro del marco del cargo porque no está dispuesto a contenerse dentro de él; a trabajar para otros, por el bien del todo.
Para Petro, solo existe él. Por eso, sus hijos se quedan sin criar, las reuniones sin atender, los horarios sin cumplir, las cuentas sin cuadrar y el territorio sin controlar. Tenemos un presidente que, al inflarse, tensiona hasta romper las estructuras del Estado: fractura la salud, desbarata Icetex, erosiona las relaciones internacionales y revienta la comunicación. Pero quizá su mayor daño es otro: el desgaste de la figura presidencial y, con ella, el desgaste de las instituciones. Su legado no será el de un golpe de Estado, sino el de un Estado desgarrado.
