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Las noticias sobre Gustavo Petro han desarrollado un patrón narrativo. Primero sale un artículo sobre algo que dijo el presidente o algo que lo involucra de alguna manera. Después sale el presidente o alguna otra fuente a desmentir el anuncio. Finalmente, algunos medios tratan de recoger las versiones o las historias van quedando en el aire. Se trata de un continuo movimiento en tres actos. Sin embargo, estos actos no marcan un principio, un medio y un fin del mensaje, sino su permanente fragmentación.
Veamos un ejemplo. Esta semana Cambio publicó un artículo donde se denuncia que la novia del papá de Petro se iba a un cargo diplomático. En seguida salió Petro a desmentir el artículo. Al rato, El Tiempo tituló: “Petro niega que supuesta pareja de su padre tendrá cargo diplomático”. Veamos otro ejemplo. Los medios anunciaron que Petro visitaría Chile. Luego Petro salió a decir que en realidad visitaría a los afectados por el clima en Cauca. Al siguiente día todos los medios reportaron que el avión presidencial había sido alcanzado por un rayo.
La historia debió haber sido la caprichosa política internacional del presidente, pero lo que queda en el imaginario público es una novia y un rayo. No estoy diciendo que estas historias no sean eventos noticiosos, pues lo son. Lo que quiero resaltar es que al ser contrapoder el periodismo tiene que cuidarse de no ser halado por el ritmo del poder. Sobre todo, cuando tenemos un presidente en shuffle. “Petro se reunirá con la Alianza Verde”, resumían los titulares; “Desplante del presidente Petro vuelve a generar molestias”, tituló Vanguardia; “Petro se reunirá con los partidos”, nos dice ahora La FM.
Petro ha creado una realidad con permanentes reversos y versiones alternativas. Los periodistas hacen un esfuerzo por aproximarse a unos hechos, pero rápidamente entran en una maraña de especulaciones entre lo que “de verdad” cree el presidente y lo que dice. Lo mismo pasa con varios de sus ministros. Por esto, a los retos habituales de informar ahora se suma uno nuevo y es el de especular sobre el sentido de realidad: ¿de verdad creía el Gobierno que el Eln se iba a sentar a negociar o el presidente habló por hablar?
Claro, todas las figuras públicas componen la verdad para su conveniencia. Siempre hay dejos de campaña en toda comunicación política. Pero, una vez en el poder, los gobiernos tienden a tener algún norte, algún impulso que ancla las distintas narraciones. Aceptemos que con ese impulso no contaremos. Por eso, dejemos de decir: “Falta que el plan del Gobierno se articule”, porque no se va a articular. Ya lo hubiera hecho. Ahora lo que toca investigar es si la desarticulación del Gobierno es producto de una espontánea negligencia o estamos ante una estrategia comunicativa que busca ocultar alguna otra desarticulación. Ese es el reto.
Por esto, quizá más que nunca debamos volver a los periodismos lentos. No tiene sentido seguir saltando detrás de un presidente que asegura que las 4G “solo sirven para importar”. Estamos ante un caso real de desinformación oficial. Por esto, las salas de redacción deben priorizar agenda. El periodismo estadounidense cayó en la trampa de asignarle mucho tiempo a especular “qué pensará Trump de verdad” y ahí perdieron casi un año. No repitamos la historia. Establezcamos qué es lo más fundamental para proteger el Estado de derecho y cubramos esas historias con paciencia y cuidado. Entre otras cosas, porque el clickbait también se va a cansar.
