Esta semana Petro siguió cumpliendo el presagio de Alejandro Gaviria: tuitear como loco y generar permanente conflicto. Como si se tratara de un bot, el presidente le respondió a Iván Duque un tuit sobre negociar con narcos publicando una foto del Ñeñe Hernández. Algunos, como la periodista Diana Saray Giraldo, con razón, criticaron el uso que el mandatario le da a esta red. Es común que Petro se dedique a provocar por Twitter mientras además sigue llegando tarde a reuniones programadas en su agenda. Algunos asistentes al Congreso Anual de Energía criticaron que el presidente llevaba tres horas y 20 minutos de retraso: “Más de tres horas de espera. Eso sí, para tuitear siempre está listo”, denunció la abogada Daniela Mercado.
Lo curioso es que muy probablemente sus llegadas tarde son también una forma de provocación, una variedad de “llego tarde porque puedo, porque mando, porque se me antoja irrespetarlos”. Provoca en redes, provoca en discursos y provoca en acciones. Una de sus provocaciones más comunes es ahora contra los medios. Hay que decirlo: provocar es desgastante para la audiencia, pero no es una mala estrategia comunicativa. De hecho, en ocasiones resulta provechoso. Recordemos la provocación de Materazzi a Zidane que resultó en un cabezazo desestabilizador que probablemente les costó el Mundial de Fútbol a los franceses.
De hecho, la usual estrategia de comunicación política de la ultraderecha es provocar. Pensemos en lo que logró Trump llevando a su máxima expresión la provocación como acto comunicativo. Hacía algún comentario xenófobo, racista o misógino. La oposición y los medios reaccionábamos, le dábamos visibilidad y, sobre todo, perdíamos la capacidad de sentar agenda. Es muy fácil dejarse llevar por el micrófono de la indignación. De ahí que uno de los consejos de comunicación más comunes para un político cuando lo provocan es que no pierda la línea de su agenda política por seguir la del provocador. Petro está siguiendo una estrategia de comunicación clásica, pero históricamente más utilizada por la derecha.
La provocación, además de ser exitosa en términos comunicativos, surte un doble efecto: consolida la polarización. Y, sí, puede sonar obvio, pero uno de los logros de la ultraderecha es que entiende que su fuerza está en cumplir lo que su nicho elector más extremo y belicoso pidió. Recordemos el “construye ese muro” de Donald Trump. Se hizo elegir con un discurso horriblemente racista y nunca lo desechó, ni en palabra ni en acción. ¿Son todos los republicanos unos racistas horrorosos? No, no lo son. Pero, como lo viene diciendo hace un rato la académica Pippa Norris, son incapaces de votar por los demócratas.
Los políticos ya lo captaron: si se adueñan de los extremos, el centro se desliza según su natural inclinación. En las elecciones pasadas la balanza en Colombia se fue para la izquierda. El problema de habituarnos a esta manera de provocar, de ser y de hablar es que normaliza comportamientos odiosos y violentos. Dejar plantado, mentir, atacar a la prensa es y seguirá siendo agresivo. Ahora lo está utilizando un político de izquierda, pero preparémonos para cuando vuelva la derecha.