¿Qué hace la academia frente a la salud mental?
El suicidio de Johnnier David Coronado, estudiante de la Javeriana, ha dejado gran desolación y desconcierto en toda la comunidad universitaria nacional. Sin ánimo de especular sobre las razones que lo llevaron a tomar esta decisión, lo cierto es que cada vez nos es más difícil negar el estrés que están sufriendo los universitarios. En EE. UU., según el National College Health Assessment, el 22 % de los estudiantes sufren de ansiedad y el 18 %, de depresión. En Chile, las cifras son semejantes: el 46 % tiene síntomas depresivos y muestras de ansiedad. Si la tendencia se mantiene en Colombia, esto quiere decir que cuando un profesor se para delante de un curso de 20 estudiantes, los chances son que al menos ocho estudiantes estén enfrentando en ese momento algún episodio de vulnerabilidad psicológica.
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El suicidio de Johnnier David Coronado, estudiante de la Javeriana, ha dejado gran desolación y desconcierto en toda la comunidad universitaria nacional. Sin ánimo de especular sobre las razones que lo llevaron a tomar esta decisión, lo cierto es que cada vez nos es más difícil negar el estrés que están sufriendo los universitarios. En EE. UU., según el National College Health Assessment, el 22 % de los estudiantes sufren de ansiedad y el 18 %, de depresión. En Chile, las cifras son semejantes: el 46 % tiene síntomas depresivos y muestras de ansiedad. Si la tendencia se mantiene en Colombia, esto quiere decir que cuando un profesor se para delante de un curso de 20 estudiantes, los chances son que al menos ocho estudiantes estén enfrentando en ese momento algún episodio de vulnerabilidad psicológica.
Ante las estadísticas, hay dos tipos de respuestas predominantes en los cuerpos académicos: están aquellos que creen que los jóvenes de hoy son unos malcriados de poco carácter a quienes les urge disciplina. Y están aquellos que, aunque más sensatos, terminan en la inacción ante la incertidumbre. Aunque una reacción es más reprochable que la otra, en ambos casos el estudiante termina herido, avergonzado y marginalizado. Abordar las enfermedades mentales de una manera efectiva supone un esfuerzo médico y psicológico que rebasa la capacidad de las universidades. Sin embargo, hay esfuerzos netamente académicos que podemos hacer para evitar quedarnos pasmados.
De hecho, en Estados Unidos ya muchas universidades tienen reglamentos establecidos orientados a este propósito. Entre ellos está, por ejemplo, la posibilidad de retirar las materias hasta casi finalizado el semestre. ¿Por qué obligamos a los estudiantes a retirar antes de ciertos cortes? ¿Por qué los obligamos a pasar por un proceso tortuoso de confesiones y registros para que la materia no quede perdida? Existen también mecanismos para que algunos estudiantes puedan pedir más tiempo para presentar exámenes, solicitar el uso de dispositivos de ayuda o incluso pedir condiciones diferentes para ser evaluados. En los programas de los cursos, además, es obligatorio explicitar los diferentes canales y mecanismos con los que cuenta la universidad para ofrecer ayuda.
¿Muy paternalistas estas políticas? Quizá. Pero hay prácticas académicas que nosotros tenemos incorporadas que tienen como claro principio el “sálvese quien pueda”. Hay cortes, lenguajes, políticas de admisión, notas por asistencia, tiempos, curvas, etcétera, que están pensados para estudiantes con capacidades homogéneas y en estados mentales idénticos. Al estudiante que se desvíe de la norma lo ignoramos o lo enviamos a un sinfín de oficinas paralelas de consejeros y psicólogos. Estas oficinas están bien y son necesarias. Lo que no está bien es que el mundo al que el estudiante aspira y que lo define, que es el mundo académico, siga inflexible en sus prácticas y mecanismos. El apasionante mundo del conocimiento y de la formación tiene como fin fortalecer y enriquecer a los estudiantes, no quebrarlos y luego desecharlos.