A raíz de la película Cruella, la voz de la cantante estadounidense Connie Francis ha vuelto a ser tendencia. Su famoso sencillo Who’s Sorry Now? (¿Quién lo siente ahora? o ¿Quién pide perdón ahora?) se está escuchando otra vez con entusiasmo. Antes de Cruella, la serie de Netflix Muertos para mí la había utilizado como parte de su banda sonora. Ahí la descubrí y su música me ha acompañado hasta ahora. Últimamente la he tenido presente por otra razón: la historia de sus altibajos emocionales y sus cambios políticos.
En 1968, Francis grabó una canción para apoyar la campaña de Richard Nixon. En 1980 trabajó con Ronald Reagan como jefe de la fuerza contra el crimen violento. Sin embargo, años después se autodefinió como una “liberal pura sangre” y reconoció que había dejado atrás esos años de republicana acérrima. Su cambio le valió el desdén de los republicanos, lo que quizá era esperable. Lo que fue más sorprendente fue el rechazo de muchos demócratas que nunca le perdonaron su antigua filiación política.
Lo que muchas de estas “almas bellas” desconocían o no quisieron relacionar es que la época republicana de Francis coincidió con episodios traumáticos de su vida. El 8 de noviembre de 1974, después de un concierto en Nueva York, un hombre entró a su hotel, la violó y estuvo a punto de asfixiarla con un colchón muy pesado. La violación de Francis fue un hito que determinó una reforma nacional de la seguridad de las habitaciones en los hoteles. En esta época, Francis perdió temporalmente su voz por una cirugía que le impidió cantar por cuatro años.
No existe necesariamente una relación lineal entre la vida y la inclinación política. Francis pensó que debía apoyar un gobierno que proclamaba la “ley y el orden”. Otra en su posición quizá le hubiera apuntado a un gobierno demócrata que trabajara por los derechos de las mujeres. En cualquier caso, ni Francis ni la mujer imaginaria son menos personas por su decisión.
Pensé recientemente en esto por las figuras públicas colombianas que han sido duramente condenadas por sus posiciones políticas. Que Falcao apoya el paro, que Adriana Lucía es mamerta, que cuál será el mensaje de Egan, que por qué no es como Nairo, que Carlos Vives es facho. Y así muchos juran que dejarán de seguirlos y de oír su música.
Ahora no basta con atacar al individuo. Ahora hay que acabar también con todo lo que lo rodea. Esta semana varios usuarios de redes sociales anunciaron que dejarían de ir a Cine Colombia por un tuit de su presidente en donde defiende la “mano fuerte” para los que se “manifiesten de forma vandálica o ilegal”. Y no solo eso, se dejan de lado las ideas, las acciones, la historia y el contexto. Cualquier comentario reduce a una frase la vida de una persona.
Ni siquiera pedir perdón nos acerca. Cada vez que alguien en la JEP lo hace, incluido Santos, salen todos a gritar que ya no, que así no, que ya para qué. No es que tengamos que estar todos de acuerdo, ni que no podamos disentir abiertamente. Pero al final del día la política no es el arte de asumir bandos sino de saber hacer distinciones que permitan la claridad y proporcionalidad del juicio.