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Retórica reducida

Catalina Uribe Rincón

30 de octubre de 2021 - 12:30 a. m.

María Fernanda Cabal siempre ha tenido clara su estrategia de comunicación. Ha tenido claro, además, cómo provocar a la opinión pública para sacar rédito de sus efectos: todos indignados le hacemos eco en distintos formatos. Su estrategia no es nueva. Donald Trump la elevó a proporciones globales, pero ya teníamos nosotros varios patrones autóctonos, por decirlo así. Recordemos, por ejemplo, a Roberto Gerlein con sus reducidos entendimientos de la sexualidad humana que mezcló con superstición cuando aseguró que era “mala suerte” ser gay. Y cómo olvidar los “francos” insultos de Rodolfo Hernández que le han valido entrevistas y entrevistas. La estrategia común, la que los une, es un supuesto distanciamiento del “lenguaje tradicional” de los políticos, que tachan de falso e hipócrita. A cambio, ofrecen el suyo: la retórica reducida.

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Una de las frases que hizo famosa a Cabal fue la de “estudien, vagos”. Esta frase incendió a parte de la opinión pública por el desdén hacia los manifestantes. También, por trastocar el sentido: la pronunció una persona a la que no es fácil llamar “educada” y desde una de las instituciones más desprestigiadas precisamente por los ausentismos, los recesos eternos y la falta de disciplina: el Congreso. La frase, sin embargo, le caló a la otra mitad de la opinión pública. Y con razón, pues cumple con dos características fundamentales: es simple y determinante. En la Antigüedad esta forma de comunicación se asociaba con la parataxis, una figura del lenguaje que se refiere a frases cortas, simples y sin conjunciones. Esta figura del lenguaje puede ser poética pero también puede camuflar aparentes sinceridades.

Ahí está el truco. En nuestros imaginarios “el retórico” es el hábil encantador de serpientes. El que habla adornadamente, pausadamente y con cierta gracia. En últimas, es una variedad de Petro. Pero también están los más sobrios, como lo que Santos quiso ser o lo que fue Obama. En otras palabras, los políticos tradicionales que le dan cierta tradicional importancia al lenguaje. Al menos tanta como la que dan a sus vestimentas. En cambio, los chabacanos, bastos y pedestres, se cree, no esconden nada. Estos políticos “auténticos”, a diferencia de los tradicionales, dicen las cosas “como son”, como las van pensando. Por ejemplo, ante el video de uno de los insultos de Hernández, escribió algún cibernauta: “Rodolfo es un ser humano ... muy humano y por eso actúa sin ‘filtro’ ... no es un hipócrita, como tantos que conocemos que se muestran como ovejitas, pero ocultamente son unos lobos”.

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La racionalidad es la siguiente: Rodolfo, porque insulta, grita y se alborota, tiene que ser honesto. Tal descontrol, tanta imprudencia, sólo puede provenir desde la honestidad del alma. He ahí el ladrillo: ladrón, corrupto, fake news, China, vagos, sexo excremental... y así, sin más. Todo, desde la sinceridad del espíritu escueto. Pero esos “ladrillos simples”, como los de la ahora juventud Cabal, van construyendo un muro: reducción del Estado, porte de armas, propiedad privada, Fuerzas Militares, Policía, libre mercado. Tras ese muro, los políticos “auténticos”, los que supuestamente dicen lo que piensan, se van blindando no en la audacia de la sutileza de sus palabras, sino en el buldócer aparentemente bien intencionado de su sinceridad.

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