El 16 de diciembre de 1984, Guillermo Cano escribió en su Libreta de apuntes una columna titulada “La manzana podrida”. Allí acusó a políticos como Alberto Santofimio de tener alianzas y haber recibido dineros del narcotráfico. El año anterior, Osuna publicó la caricatura “Zoocongreso del futuro”. Allí se puede ver a un grupo de animales salvajes posando como senadores guiados por Santofimio, que está vestido como maestro de circo. El zoológico alude a la Hacienda Nápoles de Pablo Escobar y se burla precisamente del control que tiene el narcotráfico de la política. Como se sabe, Santofimio fue amigo de Escobar y más adelante fue procesado y sentenciado por participar en el asesinato de Luis Carlos Galán.
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Esta semana volvimos a ver a Santofimio en los medios. Esta vez leímos de cómo estuvo haciendo política en Ibagué. Las noticias narraron el acto público en el que Santofimio apoyó la candidatura a la Gobernación del Tolima de Adriana Magali Matiz Vargas, aspirante por el Partido Conservador. Santofimio ya ha pagado su condena. Si el sistema penitenciario tiene algún sentido, debemos decir lo que corresponde: está recuperando su inocencia legal. Aun así, no deja de ser algo cínico que en su intervención pública predique sobre la importancia de la “honradez y la vida intachable”. Una cosa es que Santofimio esté recuperada su ciudadanía plena y otra muy diferente es que crea que su vida le permita predicar el bien.
Igual, lo más duro no fue eso, sino saber que quizá Santofimio crea con razón que no es el más terrible de los “maestros de circo”. Cuando acusó en su discurso a otros de oscurantismo, politiquería y “titiriteros”, todos supimos que hablaba verdad. Hay generaciones en Colombia que llevamos leyendo sobre la relación entre política, narcotráfico y la doble moral politiquera desde que tuvimos oportunidad de acceder a medios de comunicación. Generaciones que nacimos cuando estas noticias se escribían, aprendimos a leer con ellas y crecimos para seguirlas escribiendo. Hemos atestiguado un continuo de oportunismo, flaqueza moral y simple maldad. No sería exagerado afirmar que no ha habido un solo año en el que nos hayamos librado de un escándalo de narcos financiando a políticos y determinando las elecciones.
De todas formas, siempre hay algo particularmente doloroso de enterarse de los detalles. Cuando leí la columna “La campaña Humana del Hombre Marlboro en Maicao”, de la periodista Laura Ardila, me quedó claro que el lío no era si el presidente Petro conocía de los $600 millones que Samuel Santander Lopesierra le habría entregado a su hijo. Tampoco, si habrían entrado o no a su campaña. Lo relevante de la historia era que la coordinación nacional (sí, nacional) de la Colombia Humana estaba al tanto de la cercanía del excongresista liberal, exnarco y excontrabandista con la colectividad. No fue que el señor Lopesierra haya salido del aire con un bulto de dinero y que el “malcriado” de Nicolás Petro lo haya interceptado para comprarse una casita. Todos sabemos que hace falta un pueblo para educar a un niño.
Esto nos deja en el peor de los mundos con respecto a Petro: es un lío si sabía, pero también si no. ¿Hasta cuándo seguiremos en el “circo” del narcotráfico con políticos que se jactan de conocer el país, pero supuestamente desconocen los dineros narcos que los tiñen? ¿Cómo no se enteró de lo que estaba pasando con su movimiento político en uno de los departamentos más relevantes para su campaña?