El historiador Daniel Boorstin planteó en 1961 su teoría sobre los “pseudoeventos”: aquellos acontecimientos creados únicamente para ser reproducidos en los medios de comunicación con el fin de hacerle publicidad a su protagonista.
Estos eventos construidos para el público se caracterizan por hacerse más importantes que los que tienen implicaciones reales en el quehacer del gobernante o del político de turno.
En 2007, por ejemplo, el presidente francés Nicolás Sarkozy acudió a la liberación de cuatro azafatas españolas retenidas por supuesto tráfico infantil en Chad. “Sarkomán”, el liberador de azafatas, convocó a una rueda de prensa y bajó del avión con las doncellas rescatadas para entregarlas a su homólogo, Zapatero. La liberación ya estaba hecha; la presencia de Sarkozy era inocua, pero el acontecimiento fue perfecta propaganda política. Las imágenes le dieron la vuelta al mundo y el héroe francés se consolidó.
Nuestro presidente Santos ha querido fallidamente volverse “Santosmán”, pero no ha sabido construir su personaje. La semana pasada le apuntó al “pseudoevento” de ir hasta donde Falcao y estrecharle la mano. Pero, ¿a alguien le importó? ¿Recuerda la opinión pública la visita de nuestro elegante gobernante a nuestro gran delantero? No. Si hubiese hecho la pantomima de discutir con algún homólogo en Davos sobre la legalización de las drogas todos estaríamos más impactados y las imágenes hubieran sido mucho más divulgadas. Pero lo de Falcao no cuadra del todo. No por Falcao, claro, sino por Santos.
El problema con los pseudoacontecimientos es que necesitan de una narrativa definida y no funcionan de la misma manera para todo tipo de gobernante. El público quiere ver a Supermán volando con su capa roja y no trepando por las paredes. Hay muchas formas de ser superhéroe, pero los superhéroes no pueden serlo de todas las formas. La comunicación política se trata de lo mismo: de un relato verosímil y, sobre todo, coherente (que ni siquiera necesita tomarse la molestia de ser verdadero).