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Tácticas peligrosas del Centro Democrático

Catalina Uribe Rincón

04 de julio de 2018 - 09:00 p. m.

Este año, la Republican Majority of Choice (RMC), una organización del Partido Republicano estadounidense y dedicada a preservar el derecho legal al aborto, cerró sus puertas definitivamente. Susan Bevan y Susan Cullman, líderes de la RMC, narran con gran desilusión cómo su partido pasó de tener un compromiso histórico con los derechos de las mujeres y la libertad personal, a convertirse en un partido “contra las mujeres y contra el sentido común”.

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Contrario a lo que puede pensarse, el Partido Republicano no fue siempre un bastión del ultraconservadurismo que eligió a Trump. No en vano tuvo organizaciones defendiendo los derechos reproductivos de las mujeres. Pero a partir de los 80, en aras de ganar apoyos políticos, cedió ante las presiones de una extrema derecha y llegó a apoyar un veto constitucional, prohibiendo el aborto. En ese entonces se les aseguró a las mujeres inconformes que los servicios de salud reproductiva no estarían comprometidos. Hoy Trump está a punto de quebrar el sistema de planificación familiar.

No es un ejemplo aislado que los partidos se radicalicen con tal de sumar rápidamente votos. Aquí en Colombia vimos cómo en las pasadas elecciones el Centro Democrático, en su afán de ganar adeptos, se alió con una derecha arcaica que atacó sin cesar los derechos LGBTI y los derechos reproductivos de la mujer. El mismo Iván Duque pasó de defender públicamente la igualdad y el matrimonio homosexual a un silencio absoluto durante la pasada marcha del orgullo gay.

Alimentar los caprichos y resentimientos del electorado es un cálculo muy riesgoso. Al final del día, los votantes son como el dinero, cuando se ganan limpiamente y con esfuerzo constituyen una base sólida, de lo contrario son arenas movedizas. Hoy varios republicanos se están ahogando en su propio partido (el 70 % de las mujeres estadounidenses jóvenes son demócratas o se inclinan por ideas demócratas). Aunque es una táctica efectiva alborotar a la opinión pública con odios y discriminaciones, es una pésima estrategia si lo que se tiene en mente es la supervivencia de un partido, y quizá también, de la democracia.

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