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Trump televisado

Catalina Uribe Rincón

18 de agosto de 2023 - 09:05 p. m.

En 1983, Cheryl Araujo fue violada por cuatro hombres en una taberna de su ciudad, New Bedford (Massachusetts). Su historia se volvió tristemente emblemática, no solo por lo cruel de la violación sino por el debate nacional que suscitó la televisación del juicio. Los defensores de los agresores acorralaron a Araujo y su nombre se reveló públicamente a través de los medios. Esto devino en un horrible caso de “culpar a la víctima” y la atención se concentró en “qué hacía una mujer sola en un bar” y no en “por qué unos tipos violan en el bar”. Su caso inspiró la película Acusados, con la protagonista Jodie Foster.

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En la lista de juicios televisados tuvimos más recientemente el caso de Johnny Depp y Amber Heard en el que el abuso que denunció Heard se volcó hacia el daño que le hizo ella a la reputación de Depp. Bien engranado en la época de las redes digitales, este caso fue aún más visceral y dejó un registro detallado de todos los sesgos misóginos de la audiencia. Poco importaron las fotos de moretones o los mensajes de odio de Depp donde decía que iba a violar el cadáver quemado de Heard. Para muchos, la víctima era él.

Las discusiones sobre sesgos y juicios televisados han vuelto estos días al centro del debate, desde que Trump ha insistido en que quiere que los suyos lo sean. Imputado ya en cuatro procesos judiciales, sigue siendo el candidato republicano con más fuerza para representar al partido en las elecciones presidenciales. Lo interesante es que tanto republicanos como demócratas están divididos en sus posiciones sobre la televisación de los juicios.

Los demócratas en pro de los juicios televisados consideran vital que la ciudadanía vea los procedimientos para que, al final, entienda y acepte los veredictos (que asumen serán adversos dada la cantidad de evidencia). Los republicanos que defienden la televisación lo hacen por razones diferentes: saben que el apoyo a Trump se da no “pese a sus fallas” sino “en razón de ellas”. Es su personalidad brusca, macha y arrogante lo que los mueve, algo que sin duda el expresidente capitalizaría con el acceso a las cámaras.

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Pero también hay demócratas y republicanos en contra de los juicios y los une la misma razón: el poder de las emociones. Los demócratas temen que los detalles del caso se pierdan entre el furor del personaje. Los republicanos temen que el amor al personaje no resista las oleadas de indignación de la evidencia televisada. En otras palabras, temen que las pruebas resulten en una variedad de “hampón sí, pero no así”.

Uno de los grandes riesgos de televisar la justicia es que la cultura del entretenimiento tiende a reforzar los prejuicios de las audiencias. En el juicio de Araujo, los violadores eran portugueses, en una ciudad con muchos descendientes de Portugal. La televisación del juicio hizo que algunos señalaran a los portugueses de violentos, mientras que los portugueses salieron a defenderse. El debate dejó de lado a la víctima y se volvió misoginia vs. xenofobia. Al final, los prejuicios contra la mujer fueron más fuertes que contra los inmigrantes.

El lío de Trump es que maneja a la perfección estos prejuicios, todos los prejuicios. Desde que pronunció su “agarrarla por la vagina” y salió victorioso, es cada vez más creíble la preocupación de quienes creen que el juicio televisado le dará puntos, no importa qué pase. De cualquier manera, si se televisan los juicios, sabremos qué tan políticamente rentable es el odio o si hay forma de que las audiencias se saturen de emociones y llegue la calma.

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