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Tengo unos primos canadienses que hablan muy bien español. Como no es su lengua materna, desde que éramos niños solían decir o escribir ciertas frases de manera distinta, pero me producían más fascinación que si lo hubieran hecho como hablantes nativos. En lugar de despedirse con un “abrazo”, por ejemplo, uno de ellos decía “un brazo”. Inmediatamente se me venía a la cabeza la escena de Toy Story en la que Buzz Lightyear le lanza literalmente su brazo a Woody. De ahí que ninguno de nosotros quisiera corregirle ese tipo de divergencia que nos conmovía y alegraba el día.
La semana pasada, uno de ellos cumplió años y como respuesta a los mensajes en el chat familiar envió un mensaje neutro y en perfecto español. Iniciaba con “Muchas gracias por todos sus deseos de cumpleaños” y concluía con un “¡Los quiero a todos!”, con los dos signos de exclamación. No sé si usó alguna herramienta de IA para revisar la ortografía, pero sin duda extrañé que viniera con una de sus divergencias tiernas de expresión que le daban el toque personal. Pensé de inmediato en varios de los mensajes de condolencias por la muerte del exrector de la Universidad de los Andes, Carlos Angulo, que acababa de leer: bien podrían haber sido el mismo mensaje, oraciones tan predecibles como bien escritas.
La inteligencia artificial ha empezado a estandarizar aún más un lenguaje que ya veníamos empobreciendo por falta de lectura y curiosidad. Es común ver ya en las notas de periódico el sello ChatGPT: el guion largo para marcar los incisos, las frases equilibradas con verbos del estilo “orienta, guía, supervisa”, las enumeraciones de tres ítems, las repeticiones o redundancias como “lidera y dirige el equipo”. Y sí, es cierto que muchas de esas notas están “bien escritas”, pero generan una forma distinta de desasosiego: la pérdida del estilo. Ya ni siquiera podemos hablar del viejo y criticado “estilo periodístico”; ahora es simplemente “el estilo”.
De ahí pasé a pensar en la autenticidad. Eso que la generación Z venera y que los políticos creen que tienen. Esta semana, el New York Times publicó un artículo sobre la nueva autenticidad de las celebridades. Una autenticidad que consiste en salir a decir qué tratamientos de belleza se hicieron para mostrar que su apariencia no es naturalmente “perfecta”. Kylie Jenner y su madre, Kris, admitieron públicamente que se hicieron cirugía plástica; Kristin Cavallari habló en Instagram sobre sus implantes de seno. ¿Debemos entonces admitir que usamos ChatGPT y ya con eso somos auténticos?
Un estudio de MarketingDive demostró que la generación Z ya no valora este tipo particular de autenticidad: decir públicamente que se usó un tratamiento estético desmitifica a la celebridad, pero la vuelve, como lo pone el New York Times (ahora uso comas para no usar el guion homogeneizador de la IA) menos interesante, menos relevante. Algo parecido pasa con el lenguaje: cuando todo suena correcto, pero idéntico, perdemos los matices, la sorpresa, la pequeña grieta por donde se cuela la emoción, la textura, las infinitas posibilidades del lenguaje. En aras de formatear la autenticidad estamos cambiando una silla Rímax por otra.
