LOS COLOMBIANOS TENEMOS PROblemas de memoria.
No es nuestra culpa, ya algunos estudios de psicología han demostrado que cuando una situación es demasiado intensa para poder manejarla, el ser humano se niega a vivirla o a recrearla en su mente; en otras palabras, la bloquea o la olvida. Y como en este país tenemos que lidiar constantemente con situaciones intensas y absurdas, tendemos a olvidarnos de todo, incluso de los actos más evidentes de corrupción de nuestros gobernantes.
Algunos intentos contra el olvido se han hecho con grupos como el de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación y Conciliación. Sin embargo, ello ha servido más para investigar procesos del pasado que contribuyen con la búsqueda de una justa reparación, que a recuperar la memoria colectiva; pues el daño ya está hecho y el inconsciente de los colombianos está condenado a olvidar. Es casi un asunto cultural. Hace poco quería discutir con unos colegas algo sobre el gobierno pasado y uno de ellos me dijo en tono desesperado “¡ya deja el tema de Uribe, que estamos cansados de lo mismo!”. No puedo entender por qué para muchos es inconcebible reflexionar sobre asuntos que sucedieron hace menos de un año.
No obstante, mi preocupación principal va más allá de la memoria de los compatriotas y se centra en el miedo que me produce un eventual olvido de las arbitrariedades a las que nos tiene sometidos el alcalde Samuel Moreno. Es verdad que aún no se ha dado un veredicto final sobre las irregularidades del cartel de la contratación en Bogotá y por ello no podemos adelantarnos a encontrar culpables, pero el silencio del Alcalde y su ineptitud en el avance de la corrupción son bastante sospechosos.
La última hazaña de nuestro gobernante capitalino consistió en, a través de la Alcaldía de Chapinero, demoler un muro que por más de 30 años servía de lindero a la propiedad privada del edificio El Mirador, ubicado en la transversal 1ª con calle 85. Este muro colindaba con el edificio Santiago, donde habita el Alcalde en un apartamento propio. Al parecer la demolición se dio por una necesidad de adquirir más espacio para escoltas y visitantes. Según la alcaldesa de la localidad, el muro violaba el espacio de vía vehicular.
No contentos con esto, ahora se pretende construir un nuevo muro, metro y medio más adentro, agrandando el acceso a la propiedad de Moreno. El Alcalde, por supuesto, no se ha pronunciado al respecto, del mismo modo que no lo ha hecho con muchos de los eventos que hacen parte del tinglado de corrupción en Bogotá. Ojalá que las acciones de los habitantes directamente afectados por esta hazaña tengan consecuencias fructíferas.
Samuel Moreno ha perdido legitimidad al no garantizar una eficiente gestión y al callar frente a acciones de su gobierno que le competen. Pero seguramente, cuando los 230 frentes de obra que autorizó estén terminados y no llevemos mucho con el próximo alcalde, algunos habrán olvidado sus arbitrariedades actuales. Para los psicólogos, el mecanismo de defensa del olvido es primitivo y peligroso, pues permite un desentendimiento prolongado de la realidad. Los colombianos parecemos haber llegado ya a este punto crítico.