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En lugar del pajarito azul, ahora es una X negra la que saluda a los usuarios que se registran en Twitter. Elon Musk, su nuevo dueño, autorizó el cambio sin anuncio. Y lo hizo tan bruscamente que es difícil que no le haya quedado a todo mundo claro el mensaje: quien manda es él. Para hacer menos digerible la semana, el rebranding llegó justo después de que la plataforma estuviera en el ojo del huracán por haber restablecido una cuenta vetada por pornografía infantil. A la controversia, Musk contestó con perfecto cinismo que la imagen del bebé torturado solo la había visto el equipo de regulación. Al parecer, según Musk, el mal solo es mal si les llega a amplias audiencias.
Eso sí, Musk fue rápido en vetar a un estudiante universitario que rastreó y publicó el recorrido de su avión privado, a los periodistas que reportaron este incidente y a otros críticos de sus compañías. Por ejemplo, Aaron Greenspan y su plataforma PlainSite fueron vetados en junio de Twitter. Para quienes no lo sepan, PlainSite es una base de datos en línea que pone a disposición de los usuarios las presentaciones de los tribunales estatales y otros registros públicos estadounidenses. El objetivo de la plataforma es permitir el escrutinio público de asuntos legales de interés colectivo. Varios de los líos de Tesla y de la compra de Twitter, por ejemplo, fueron divulgados por PlainSite. Algo que desató la ira de Musk.
Al ver que el nuevo CTO ha utilizado la plataforma como su patio de juegos, periodistas, académicos y líderes de opinión han puesto todos los gritos en el cielo. Aun así, la mayoría siguen siendo fieles usuarios. ¿Será que llegó el punto en que realmente no es claro que tal membresía sea moralmente neutra? Algunos dirán: “La ética de usar Twitter, o cualquier plataforma de redes sociales, no depende únicamente de quién está a cargo de la empresa”. Pero el lío no es solo que Musk sea un personaje odioso. El problema está en que las demandas por una moderación de contenido más transparente, mayor control de la desinformación y mayor regulación de los discursos de odio están cayendo en oídos que han dejado clarísimo que son sordos.
Otros dirán: “Bueno, pero Twitter (ahora X) ha sido esencial para las democracias”. Es cierto, las redes han sido fundamentales para coordinar manifestaciones sociales alrededor del mundo. Sin embargo, ya está ampliamente documentado que la deliberación democrática no ha mejorado con las plataformas. La comunicación de gobierno (de todos los gobiernos) sigue siendo vertical y unilateral, solo que ahora (para felicidad de los gobernantes) sin el control de las ruedas de prensa. Ya lo sabemos, es un hecho que una comunicación más directa no se traduce ni en mejor información ni en más democracia. Si algo, distrae a los periodistas de lo importante y los lleva a concentrarse en los últimos desaciertos.
Por último, otros más dirán: “Sí, difícil, pero es donde está la jugada”. ¿Pero la jugada de quién? Lo interesante de Twitter (ahora X) es que es una plataforma pequeña. Su poder no está en su tamaño, sino en quién la habita (i. e., periodistas, académicos y líderes de opinión). Los mensajes de esta red tienen influencia, porque las personas que están en ella tienen influencia, no al revés. Petro podría tener diez veces más o diez veces menos seguidores y no haría la diferencia. Los tuits de Petro se vuelven noticia porque los periodistas los hacen noticia. De lo contario, se perderían entre perritos, gatitos, recetas de cocina, memes y demás datos de los feeds.
No sé si se haga necesariamente el mal al usar X. Pero cada vez el asunto está siendo más gris. Algo que contrasta con el silencio de todos aquellos que le dan poder.
