El pódcast The Retrievals, de Serial, presenta el caso de varias mujeres que sufrieron el peor dolor de sus vidas después de someterse a un tratamiento de fertilización en la Clínica de Fertilidad de Yale. El dolor era tal que se volvió rutina que terminaran en urgencias. Sin embargo, lo que denuncia el pódcast no es el dolor, sino cómo la clínica ignoró su dolor. Una de ellas, que había padecido un cáncer agresivo, les decía a los médicos que, de verdad, ella sabía qué era el sufrimiento y que esto que estaba viviendo era peor, mucho peor. Pero ellos se limitaban a decirle: “Ya te pusimos todo el fentanilo que te podíamos poner”. Otra paciente recuerda las palabras de su médico: “No estoy alarmado, pero perplejo y sorprendido de tu experiencia”.
Pues bueno, “perplejos y sorprendidos” quedaron todos cuando se descubrió en diciembre del 2020 que el fentanilo de la clínica de Yale no era fentanilo. Como si se tratara de un thriller psicológico, una enfermera había caído en la adicción y poco a poco lo iba cambiando por solución salina. Las pacientes pasaron por su extracción folicular a secas. No en vano decían que se les desgarraba el útero. Una paciente recuerda haber levantado las caderas y decir: “Lo siento todo”. Igual siguió el procedimiento. Mientras tanto, la enfermera adicta les cogía la mano, les decía que todo iba a estar bien y después se inyectaba ella el analgésico.
Aun así, la mayoría de las víctimas no resintieron a la enfermera. La clínica de Yale tiene sobre todo pacientes muy capacitadas. Investigadoras, profesoras, estudiantes de doctorado saben que la adicción quiebra la voluntad. Aunque de otro agresor, la enfermera también era víctima. A quien sí resintieron fue al sistema que las ignoró desvergonzadamente. Más de 200 mujeres perfectamente articuladas y empoderadas daban cuenta con detalle y precisión de su dolor, pero el sistema las aplastaba, las trataba de delirantes, a tal punto que hasta ellas terminaban dudando de sí mismas.
Hay algo socialmente muy difícil sobre no poder concebir. Todas las pacientes narran cómo se sentían desde el inicio “inadecuadas”. Bien sea por la pared, el huevo o la trompa, o por haber esperado mucho, o por haber conformado una familia queer, o por querer aparearse justo con quien “no era”, o por cualquier otra cosa. De entrada, se sentían como ese aparato defectuoso que otros estaban “arreglando”. Por eso, cuando el dolor las desgarraba, trataban de resistir para así no tener otro “defecto”.
Hasta las más publicadas feministas caían atrapadas. Reconocían la discriminación, pero no eran capaces de hacer algo al respecto. El dolor y su subjetividad las confundían. Cuando no eran médicos y enfermeros, era la hermana o la amiga. Sin duda, de las mujeres se espera que resistan y no se quejen. Por algo la enfermera no le robó el fentanilo al jugador de golf o al ejecutivo. Lo podría haber hecho, pero la adicción le aguzó el criterio. Tenía que buscar un lugar de donde pudiera sacar y sacar sin correr tanto peligro.
Y así fue. Más de 200 mujeres de rodillas y en la clínica se enteraron por una tapa suelta. Bien jugado por la adicta: si a las mujeres no se les cree, a las mujeres infértiles menos. En el imaginario colectivo son egoístas, ambiciosas, pecaminosas, nerviosas o algo que debe ser su culpa. Viejas frenéticas y rabiosas. De hecho, como explica Susan Burton, histeria viene de histerion que significa útero. Por mucho tiempo se creyó que, si no se llenaba con hijos, este comenzaba a flotar “por ahí” y enloquecía a la no paridora.