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Chocó lloró otra vez

Catalina Valencia

04 de diciembre de 2024 - 08:00 p. m.

Una ciudad necesita del mar para ser grande. El mar es una puerta a donde llega todo. Lo nuevo, lo bueno, las innovaciones, las personas que cambian la historia.

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Chocó es el Pacífico, debería estar abierto al mundo, a las grandes potencias que colindan con ese mar.

La selva de Chocó es una de las más ricas del mundo en especies de flora y fauna. Su esplendor botánico ha sido reconocido por grandes científicos que han encontrado en sus selvas toda una variedad de especies. Su riqueza no es solo por la biodiversidad. La diversidad étnica, cultural y gastronómica nos lleva al deleite absoluto de sus cantos, los alabaos con los que reciben la vida o esperan a la muerte, las bienvenidas y las despedidas se resuelven en las músicas y los rituales. Qué decir de la gastronomía: el encocao y el tapao son solo una pequeñísima muestra de una de las cocinas más sabrosas y exquisitas del país.

Chocó, sinfonía de selva y mar, las montañas se alzan como guardianes antiguos.

El Pacífico abraza la costa con fuerza y ternura, Chocó es oro en sus ríos, pero más en su gente, es selva que late, es océano valiente.

Pero a Chocó no se entra por tierra, ni por mar, ni por río. Y a veces por el aire tampoco. Ha sido chupada por Antioquia, por los mineros artesanales y también por las grandes multinacionales. En este noviembre, mientras en Bogotá se celebraba de manera anticipada la Navidad, Chocó volvía a ser noticia por las inundaciones que dejaron 150.000 damnificados, 30.000 familias sin casa, y por la falta de empatía, ya clásica del ELN, que dejó encerradas a las poblaciones del Sipí y Bajo Baudó por un paro armado que terminó el pasado 18 de noviembre.

Que a una gobernadora le haya tocado salir a hacer una colecta para atender la emergencia nos empuja sin miramientos a ver el olvido enorme en el que el Estado colombiano tiene sumido a esa zona del país.

En los medios dejaban claro que era la naturaleza la causante de la devastación, ignorando que los desbordamientos se deben al saqueo sistemático que le han hecho a este departamento desde mediados del siglo XIX. Lugares como Istmina han tenido la maldición de su riqueza: un suelo rebosante en oro despertó el hambre de los despojadores. Dejaron solo el cascarón.

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Y el cascarón también se está rompiendo y nos quedamos quietos ante las lágrimas de Chocó. Este 21 de noviembre tuvieron que salir artistas afines al Gobierno, como Margarita Rosa de Franciso o Edson Velandia, a pedirle a Gustavo Petro que agilice el trámite para proteger a 50 líderes del San Juan amenazados por los grupos armados, un proceso que arrancó desde 2021. Chocó no tiene tiempo de espera. A Chocó hay que salvarlo ya.

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