Son las cuatro de la tarde del 12 de septiembre y Laura Daniela Villamil se debate entre la vida y la muerte. A sus 28 años una carrera, acaso definitiva, se ha puesto delante de su sueño: vivir dignamente a través de su arte. El accidente de Laura Daniela, la nula preparación del restaurante Andrés Carne de Res para contener una tragedia de ese tipo y los problemas que se han ventilado sobre el Programa Nacional de Estímulos han puesto en la conversación un problema que nació con el país: en Colombia es muy difícil ser artista.
La posibilidad de que el Estado pueda apoyar a una nueva Beatriz González, una Totó la Momposina o a un Gabo es mínima. La única posibilidad que podría tener un artista de esas dimensiones sería elegir el exilio. Los mecenas ya no existen. El Grupo Santodomingo en algún momento decidió apoyar con becas, institutos o la creación de grandes escenarios del arte en Colombia. Incluso, cuando compraron el diario El Espectador, en 1996, estas podrían haber sido oportunidades de ver un asomo gigante de filantropía en el país.
En El Espectador, don Guillermo Cano le dio las primeras posibilidades a García Márquez de ganarse su vida haciendo lo que le gustaba. El propio Julio Mario pagaba las cuentas de ron y le compraba sus primeras novelas de Faulkner a Gabito, pero ese mecenazgo simplemente dejó de ser atractivo cuando se inventaron el cuento tecnócrata y maluco de que los artistas deberían ser también gestores culturales. Hace años dejé de ser bailarina para convertirme en gestora cultural, dejé de bailar para dedicarme a intentar ayudarles a los creadores a gestionar sus proyectos. Mi preocupación empezó en la universidad cuando en los pasillos las bailarinas y los bailarines hablaban de qué iban a vivir, allí supe que debía encontrar alternativas para que el movimiento no muriera.
Hay que tener vocación de pobreza para ser artista en Colombia. Según datos nacionales del DANE, la informalidad laboral en el sector cultural puede superar el 50 %, aunque varía según subsectores y regiones. Esto implica que muchos artistas trabajan sin contrato formal ni acceso a seguridad social o beneficios laborales.
Si evaluamos prioridades en un país tan desigual como Colombia en términos sociales, las artes nunca han sido una prioridad y quizá nunca lo serán; no obstante, en medio de las tragedias nacionales, tanto artistas como deportistas promueven y ponen al país en otro lugar y logran sacar a la sociedad de la vida ordinaria llevándola algo extraordinario. Pero ni siquiera los artistas tienen derecho en este país a trabajar en un lugar en donde tengan algo tan necesario para prevenir un accidente como es un maldito extinguidor. La tragedia de Laura Daniela Villamil resume la precariedad de una profesión que le ha dado tanto brillo a un país, aunque no tiene demasiados motivos para sonreír.