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“Invitamos a líderes políticos de diversas orillas y a nuestros columnistas a reconocer algo valioso en aquellos con quienes usualmente están en desacuerdo e, incluso, en confrontación. (...) En la política se combaten ideas, no personas”. Editorial El Espectador (22-12-2024)
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Interesante ejercicio nos propone El Espectador cuando nos invita a la reflexión sobre el efecto de la polarización, que no solo destruye al opositor, sino que también destruye la sociedad. En este momento en el que el debate político se tensiona y el país se divide, cada persona en la arena pública tiene la difícil –¿o quizás la fácil?– tarea de asumir con carácter y determinación una posición, de defender una causa haciéndola propia; y así, hoy presenciamos más agresiones que argumentos y nos sentimos desconcertados, viendo la rapidez, la contundencia y la eficacia con la que se descuartiza cualquier opción de entendimiento. Vamos comprendiendo que esto no necesariamente nos impulsa hacia adelante. En este tiempo de la política, donde es más visible quien más agrede –tal vez por el auge de las redes sociales–, la verdadera valía la tiene quien reflexiona, construye y une, propósitos a los que han dedicado su vida Aída Avella, Jahel Quiroga y Gabriel Becerra, los tres ejemplares representantes de la Unión Patriótica en el Congreso de la República.
Más que considerar a los integrantes de la Unión Patriótica como contradictores, tengo que decir que por muchos años para mí fueron ajenos. No viví en carne propia sus luchas populares y sindicales de los setenta, ni su constitución política como fruto de los diálogos de paz de los ochenta, ni el brutal exterminio de toda la militancia de un partido político, ni los atentados, ni el asilo político como única alternativa para preservar la vida; los conocí desde lejos, viendo, oyendo y leyendo las noticias que registraban las consecuencias de una sociedad dividida y violenta.
Aída, Jahel y Gabo son hoy las figuras sobrevivientes más visibles de una colectividad asesinada en un contexto de polarización, pero esa historia no les causa amargura ni resentimiento; los he visto durante los últimos años construyendo nuevos caminos para Colombia, haciendo de su pasado un ejemplo de valentía, recordando sus muertos para que su historia no se repita, identificando con tino los problemas estructurales de nuestro país y dedicados a delinear soluciones, a promover liderazgos jóvenes, a acompañar comunidades olvidadas. Siempre dialogantes, nunca ofensivos; siempre generosos, nunca codiciosos; siempre nosotros, nunca yo. Siempre alegres. Son tan grandes como personas y como dirigentes políticos que no dudaron un segundo en hacer parte del nuevo partido único de la izquierda, sacrificando la autonomía y el protagonismo, renunciando a los beneficios de tener partido propio, para construir un nuevo momento colectivo.
La Unión Patriótica será siempre protagonista de la historia de Colombia, con unas páginas ya escritas que no podemos olvidar ni repetir, pero Aída, Jahel y Gabo, y los jóvenes a los que ellos han enseñado tanto, están escribiendo nuevas páginas, ya no con sangre y lágrimas, sino con hechos de paz y bienestar. Me habría gustado mucho conocer a Manuel Cepeda, quien seguramente estaría hoy contento de ver cuánto camino ha recorrido su Unión Patriótica, pero especialmente contento por lo que viene.
