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Bogotá en pausa

Catalina Velasco Campuzano

04 de noviembre de 2024 - 12:05 a. m.
“En Bogotá perdimos la ilusión de mejorar: nada es catastrófico, pero tampoco nada es ejemplar”: Catalina Velasco Campuzano
Foto: Juan Camilo Parra

Los habitantes de Bogotá estamos resignados, ni para adelante ni para atrás: el mismo trancón, la misma inseguridad, la misma pobreza. No recuerdo en los últimos treinta años un tiempo tan estático de la ciudad como el de hoy en día. Nuestra ciudad no avanza, vivimos más de lo mismo.

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Momentum tuvo Bogotá cuando por tres gobiernos consecutivos plasmó el sello social, cuando impulsó la cultura ciudadana o con la ilusión del transporte masivo que hoy es el decadente Transmilenio. Momentum tienen hoy Cali y Cartagena. Por causa exógena la primera, pues a Cali se le apareció la virgen con la COP y lo aprovecharon maravillosamente para renovar la “caleñidad”, inyectarle recursos vitales a la economía local y ponerle un nuevo sello de liderazgo a una ciudad que hace unos meses se sacudió con la confrontación social. En Cartagena la receta de la emoción tiene dos ingredientes: presencia fuerte en las comunidades y acciones de autoridad, como vimos en la demolición del edificio Acuarela y el control de acciones dañinas derivadas del turismo. Interesante ver que ninguno de los dos procesos los determina la inversión pública, sino la gestión política.

Gobernar tiene dos dimensiones que se complementan: el rigor y el vigor, y no hay buen gobierno sin esta combinación. La conexión con la gente, entender las necesidades más apremiantes de las comunidades y definir un camino de transformación hacen la diferencia. En Bogotá perdimos la ilusión de cambiar y mejorar sustancialmente: nada es catastrófico, pero tampoco nada es ejemplar. Durante diez meses hemos visto las mismas peleas sin solución de siempre, las mismas explicaciones sobre Canoas, o Doña Juana, o el mal servicio de aseo, o el colapso de Transmilenio, o el atraso del Metro o la mala calidad del aire. Una novedad sí hay: la amenaza del castigo a una ciudadanía que no le mete ganas a dejar de gastar agua. Hasta la oposición que solo tiene la tarea de criticar con agudeza se muerde la cola alegando pequeñeces sin proponer mucho. Mientras tanto, Enrique Peñalosa ejerce de alcalde y con estilo noventero nos devuelve 20 años atrás, anunciando que al fin se terminaron sus obras por las que esperamos eternidades y defendiendo a Metrovivienda, una entidad que ya no existe.

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Hay una fuerza más potente que la fuerza de la gravedad y es la obsesión de la tecnocracia por los procesos y procedimientos. Y me late que en Bogotá padecemos hoy del mal de buen tecnócrata, que sin mala fe y con mucha diligencia se ocupa todo el día en diligenciar los formatos y hacer los talleres técnicos. Y ojo, la tecnocracia es indispensable para el buen gobierno, y no tengo duda que el gobierno con visión, pero sin tecnocracia, es la receta perfecta para la frustración. Pero la tecnocracia siempre sirve un propósito y hoy a Bogotá le falta conexión con la realidad, le falta motor, le falta propósito. Y de no encontrarlo, pasarán los meses y la ciudad se convertirá –como ya está sucediendo– en el campo de batalla de los candidatos presidenciales que buscarán los votos echándole leña al fuego de la polarización, rompiéndonos más y dejando la ciudad en pausa quién sabe hasta cuándo.

Por Catalina Velasco Campuzano

Exministra de Vivienda, Ciudad y Territorio. Economista, especialista en derecho urbanístico, máster en políticas públicas y doctora en estudios políticos. Dedicada por más de 25 años a las políticas públicas y la gestión urbana.
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