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Me parecen muy hipócritas los que piden bajarle el tono al debate político, los que con un dedo haciendo cruz en la boca y la mirada mojigata dicen que ya no más leña al fuego, los que usan la frase de “construir sobre lo construido” para esquivar las tensiones, los que descalifican a los que reviran y los acusan de estar deteniendo los avances de la sociedad con sus peleas; y son hipócritas porque están atrincherados levantando esas consignas mientras hacen parte del juego del poder, y lo que les gusta es que nadie se meta con ellos y así avanzar en sus propósitos sin cortapisas. La política es como el boxeo: el que se mete al ring sabe lo que hace; de ningún boxeador se espera que se quede quieto, así como de ningún político se espera que se quede callado. Antes que menos, lo que necesita Colombia es más debate, pero, sobre todo, necesita mejor debate.
De ninguna manera estoy aplaudiendo las patanerías y vulgaridades que vemos todos los días y que golpean los cimientos colectivos, así como nuestra humanidad individual, especialmente a través de las redes sociales. En ese lodazal se acomodan representantes de algunas fuerzas con el claro propósito de escandalizar, figurar y distraer, y avanzan salpicando y escupiendo hasta agotar la energía para debatir. Cada uno es libre de revolcarse en el barro y de usar su tiempo en discutir con los tontos, o de abstenerse.
Pero el problema es más profundo. Una de las mayores virtudes que puede tener un político es declarar los intereses que defiende, y no me refiero solo a quienes buscan votos y se hacen elegir, sino a todos los que actúan en la arena pública, sea para impulsar una industria, una región, un sector, una colectividad. Los intereses de una sociedad necesitan voceros y los actores políticos representan intereses; pero casi nunca un político anuncia lo que tiene detrás. Es una tarea del ciudadano coadyuvada por los medios de comunicación, identificar los ganadores y los perdedores de cada pugna política, así como rechazar la defensa de intereses particulares y obviamente de intereses oscuros. Esta responsabilidad viene de la mano del deber ineludible de funcionarios públicos y líderes políticos de respetar el Estado de derecho y hacer prevalecer el interés general sobre el particular, cosa que a más de uno se le ha olvidado.
A lo anterior le añadimos una sociedad atravesada por la discriminación, donde no se ve fáciles el fin del machismo, del racismo, del clasismo, y de tantos ismos que nos definen y nos limitan. En la mayoría de las voces hay una dosis brutal de prejuicios que envenenan y envilecen la política, muchas veces con maneras tan refinadas que los hacen invisibles e indelebles. ¿Acaso un gremio empresarial, o un partido político, o un representante de gobierno nacional o regional, o un periodista, reconoce o siquiera reflexiona sobre el peso y efecto de sus prejuicios sobre sus argumentos y su participación en el debate nacional? Lo dudo. Le invito a que revise las voces del debate nacional con la atención puesta en identificar los intereses y los perjuicios que las impulsen y verá cosas que antes no veía.

Por Catalina Velasco Campuzano
