“Colombia es uno de los países más desiguales del mundo”, el segundo más desigual de 18 países latinoamericanos, después de Brasil. Lo afirma el Banco Mundial en su informe “Hacia la construcción de una sociedad equitativa en Colombia”. Como ya lo dice este organismo multilateral, del cual dependen muchos apoyos, se esperaría que por fin se reconozca esta como la gran tragedia colombiana. Desigualdad y esa guerra interna que no termina son líderes de la crisis social de este país, a la cual se agregan el impacto del cambio climático, la inseguridad, la corrupción y la carencia absoluta de liderazgo.
Es un documento extenso con un diagnóstico que demuestra que hemos hecho muy mal la tarea. Contiene muchas recomendaciones, la mayoría conocidas y razonables, a las cuales sin embargo les faltan unas preguntas incómodas pero necesarias. Este trabajo amerita amplias discusiones, porque el panorama que presenta, que es absolutamente real, necesita mucho más que fórmulas tradicionales si de verdad se quiere que Colombia sea una sociedad equitativa como lo plantea el título del informe.
Una de sus primeras afirmaciones señala: “El alto nivel de desigualdad en Colombia es una limitación fundamental para el crecimiento económico y el progreso social”. Pero resulta que nunca la desigualdad se consideró como objetivo fundamental en el modelo de desarrollo que impulsó el Banco Mundial con el Consenso de Washington y que lleva 30 años de aplicación en Colombia, como en otros países de América Latina, la región más desigual del mundo. Ni una palabra sobre su responsabilidad, que comparte con el FMI y con el BID, entre otras, y cero explicaciones de por qué no se evaluó su impacto durante tres décadas cuando el milagro anunciado no se produjo ni en este país ni en la región. Y el Gobierno colombiano siguió su mandato sin beneficio de inventario. ¿Nadie se siente responsable? No se plantea una revisión del mercado como estrella del desarrollo y menos devolverle al Estado su lugar protagónico, como lo señala Mariana Mazzucato.
Críticas bienvenidas al sistema educativo, pero las fallas en los sistemas de salud y de pensiones no se relacionan con las reformas enmarcadas en esa ideología. Por el contrario, sobre las profundas dificultades del mercado laboral que señala y las soluciones planteadas, siguen las mismas fórmulas ortodoxas que ya conocemos. Se ignoran totalmente causas estructurales de los graves problemas del mercado de trabajo, como nuestro sistema productivo, que no genera empleo. Peor aún, bajarle el costo a la mano de obra sigue siendo una de las principales reglas.
Debe reconocerse que sí se vislumbran algunos cambios: los impuestos sí deben contribuir a la equidad, no solo el gasto, que en ambos casos son insuficientes. Las transferencias condicionadas que tanto han impulsado no bastan para reducir desigualdades. Aportan elementos para una revisión de la política social, pero quedan muchos temas por fuera, como la seguridad alimentaria y la economía del cuidado, que tanto contribuye a la brecha de género y a la cual, de paso, no le dan la importancia que amerita.
Es tan apocalíptico este informe que se podría afirmar que llegó la hora de la verdad, incluyendo las responsabilidades de quienes han dominado la política pública durante más de 30 años. Mensaje para los precandidatos presidenciales, mudos frente a esta dura realidad.
cecilia@cecilialopez.com, www.cecilialopez.com, @CeciliaLopezM