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Pocos días antes de las elecciones presidenciales, Sebastián Edwards, uno de los economistas más reconocidos de su país, se mostraba muy pesimista sobre el futuro de Chile. Afirmó que “estas son las elecciones más polarizadas desde el regreso de la democracia en 1990” y señalaba que se enfrentan dos fuerzas polarizadas en medio de “una enorme violencia que ya dura dos años”. Su mirada era tremendamente negativa. Sin embargo hoy, al conversar con varios excolegas en ese país, se respira esperanza en el ambiente. Obviamente, no pertenecen a la derecha que no obstante haber sido derrotada sigue en posiciones extremas muy parecidas a las que escuchamos en nuestro país frente a todo lo que no sea seguridad y orden. Pero debe reconocerse que unos pocos días antes de la elección del presidente más joven de la historia chilena empezó a cambiar el ambiente. No solo debido a la moderación de las posturas de los candidatos, sino porque se generó un mayor grado de confianza alrededor de Gabriel Boric que lo llevó a ganar la elección con un suficiente margen. Hoy, así no lo crean algunos, en amplios sectores se respira un cierto grado de optimismo. Eso que algunos de los economistas colombianos no perciben, entre otras, por el temor que le tienen a la llegada de la izquierda a Colombia con Petro.
La pregunta es qué cambió en tan poco tiempo, y la respuesta es clara: fue la intervención del expresidente Ricardo Lagos, que demostró ser un gran estadista, y también de Michelle Bachelet. Lo sorprendente es que durante la campaña él fue duramente atacado por el Frente Amplio, la nueva izquierda chilena, pero llegado el momento clave tomó la decisión que tocaba. Ante señales más centradas de Boric, lo apoyó abiertamente, lo aconsejó y abrió ese espacio que ese sector progresista necesitaba para no caer ante una derecha retardataria. Es decir, la credibilidad que Lagos tiene entre grandes mayorías de su país no solo impidió la llegada de esa derecha extrema, sino que generó la confianza de que el nuevo gobierno contaría con su visión interesada en resolver los problemas más graves de Chile. Lagos afirmó: “Estamos en el peor de los mundos: no crecemos y, además, aumenta la desigualdad. Es una receta para una explosión”.
¿Dónde está nuestro Ricardo Lagos? ¿Dónde está ese expresidente, el sabio de la tribu, que tenga la visión y la credibilidad para crear dos espacios críticos en el momento oportuno? Por un lado, acercarse al presidente electo y ganarse el nivel de confianza para poder influir en decisiones que necesitan aportes de su experiencia y, por el otro, darle esa esperanza que la población necesita ante un gran cambio que se avecina. Pero no. Aquí los expresidentes se insultan, siguen en la pequeña política y Santos, que podría cumplir ese papel, no ha logrado liberarse del círculo perverso de Uribe.
La conclusión es demoledora: no tenemos un Ricardo Lagos en nuestro país. Independientemente de quién llegue a la Presidencia, no podremos beneficiarnos de tener un estadista que convierta los ataque personales en la oportunidad de poner al país por encima de su ego y ayudar a construir una nueva sociedad. Esto demuestra que lo que sí tenemos en Colombia es una severa crisis de liderazgo.
