El coronel Plubio Hernán Mejía, famoso en otra época del Ejército por su récord en bajas producidas en combate, y a quien, tiempo después, la justicia investigó y condenó por operar en coordinación con los paramilitares de alias Jorge 40; por recibir, en recompensa, $30 millones mensuales de esa agrupación, y, lo más grave, por presentar unos cadáveres vestidos con camuflados como si fueran cuerpos de guerrilleros, fue uno de los invitados de José Félix Lafaurie, presidente de la junta directiva del cuadragésimo festival Cuna de Acordeones, a su lanzamiento. El festín se realizó el jueves pasado en un lugar del norte de Bogotá. Portando uniforme militar, en gesto de desafío que ofende a las Fuerzas Armadas de Colombia, el coronel Mejía departió, whisky en mano, con personajes del alto mundo social capitalino, algunos de los cuales seguramente ignoraban quién era ese uniformado. Se trataba de presidentes de empresas, notarios, abogados de billetes de buena y mala reputación, publicistas, relacionistas (“influenciadores”, les dicen ahora), la señora madre del presidente Duque y, por supuesto, personajes de la música vallenata.
También lo recibió, con enorme gusto, la senadora del Centro Democrático María Fernanda Cabal, esposa del anfitrión. Hace unos días, la congresista, que ha hecho triste fama por sus declaraciones de odio, hizo ruborizar al habitante actual de la Casa de Nariño, su colega de partido Iván Duque, cuando lo conminó a retirar a la que llamó “una cúpula inservible”. Se refería al general Alberto José Mejía, comandante de las Fuerzas Militares; al brigadier general Ricardo Gómez Nieto, comandante del Ejército; al vicealmirante Ernesto Durán González, comandante de la Armada; al general Carlos Eduardo Bueno, comandante de la Fuerza Aérea y al general Jorge Hernando Nieto, director de la Policía Nacional. Entre los cinco oficiales despreciados por pertenecer a la categoría de “inservibles”, término inaceptable para marcar a seres humanos salvo desde la óptica nazi, suman más de 170 años de servicio público que, en la teoría Cabal, habría que tirar a la basura. ¿Su error? Haber sido leales a la Constitución en cuanto a la obediencia debida a quien ocupe la jefatura de Estado, sea quien sea. Es decir, actuar como demócratas.
En contraste, Plubio Hernán Mejía traspasó los límites de la Carta y del Código Penal, según dictamen judicial de pleno derecho. Él llegó a Valledupar en pleno auge paramilitar y sus mayores triunfos coincidieron con la época en que se daban recompensas oficiales a los militares que entregaran el número más alto de cadáveres de “bandidos”. En desarrollo de una de esas tareas calificadas por la Corte Penal Internacional como delitos de lesa humanidad que no pueden ser amnistiados, el coronel Mejía llegó a su batallón, un día de octubre de 2002, con 19 cadáveres de presuntos miembros del Eln. Lo extraño era que él había logrado esa “hazaña” con 14 de sus hombres que conformaban su grupo de combate, en realidad, de cacería. Ese grupo, al que los demás miembros del comando caribeño llamaban, tétricamente, “el zarpazo”, llegó ileso: ninguno de los uniformados, pese a su inferioridad numérica, había sufrido un rasguño mientras los comandos de contraguerrilla, completos, no tenían tanta suerte. En 2007, Mejía fue retirado de las filas y en 2013 recibió una condena de 19 años de prisión cuando la justicia descubrió —mediante testigos, confesiones de paramilitares y comprobaciones en campo— que los muertos eran, en realidad, miembros de una célula del segundo hombre de Jorge 40, alias 39, que le pidió “ese favor” al coronel porque lo habían traicionado. Se trataba de una retaliación entre criminales.
Sin importar la condena y otros tres procesos por hechos similares, la senadora Cabal y su esposo son amigos cercanos del condenado a tal punto que la congresista lo visitaba con frecuencia, en la cárcel, según su propia versión. En efecto, hay registros en video de su devoción y del de la de la senadora Paola Holguín, llorosa con lo que parece ser un uniforme de Mejía apretado contra su pecho, durante el lanzamiento del libro de autoría del condenado, Me niego a arrodillarme, evento que contó, de paso, con un sentido mensaje de admiración de Álvaro Uribe. Pese al título de su libro, Mejía se acogió a la JEP, la jurisdicción especial para juzgar crímenes de guerra que el uribismo y el fiscal general rechazan por favorecer a las Farc. En virtud de su decisión, el coronel fue dejado en libertad y, por eso, hoy puede ir a las fiestas e intercambiar saludos, risas y charlas con bogotanos encopetados que no censuran su conducta. Si se tratara de decir la verdad, de reparar, de pedir perdón por sus actos y de prometer no repetición, Plubio Hernán Mejía haría un aporte a la paz de Colombia. Pero, por lo que afirma, voz en cuello, doña María Fernanda, no parece que ese sea su interés. Ella y su bando de ultraderecha utilizan la JEP para disfrute de sus aliados. Intenta destruirla, en obvio desnivel social, si se concede libertad a los miembros de las antiguas Farc. ¡Vaya, vaya! Vamos entendiendo la lógica uribista.
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