El congresista estadounidense Mario Díaz-Balart, denunciado por Petro como presunto organizador de un complot para derrocarlo, y el expresidente panameño Ricardo Martinelli a quien el mandatario colombiano acaba de otorgarle asilo político, hacen parte del mismo extremismo derechista que inunda el continente, desde la Casa Blanca de Trump hasta la Casa Rosada de Milei. La incongruencia del presidente consiste en que mientras acusa al primero por su supuesto intento de violar la democracia nacional, acoge al segundo, investigado por violar la democracia de Panamá: a Martinelli lo indagó la justicia por los seguimientos ilegales de sus funcionarios a opositores, activistas, periodistas y magistrados con el software Pegasus, el sistema informático con que habrían espiado la campaña petrista, según sostuvo el propio jefe de Estado hace unos meses. Martinelli fue, además, condenado por blanqueo de capitales y apropiación de dineros públicos. Evadió su captura y la sentencia judicial de 10 años en prisión, escondiéndose en la embajada del dictador Daniel Ortega, de Nicaragua. Estaba ahí, encerrado hace más de un año sin salida posible, cuando Petro le hizo el gran favor de darle la libertad sin cumplir un día de su pena. Debe ser por el fin gratuito de su enclaustramiento que, en lugar de mostrarse compungido por tener que abandonar su patria –como suelen sentirse las verdaderas víctimas de persecución política–, saltó del avión que lo trasladó a Bogotá, a los bares y discotecas de la ciudad en donde sus amigos lo grabaron mientras celebraba su triunfo, en un alto grado de paroxismo: una burla cínica a sus jueces (ver).
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Ricardo Martinelli fue presidente de Panamá entre 2009 y 2014 por su imagen de empresario rico y eficiente, dueño de una exitosa cadena de supermercados con más de 15 mil empleados directos e indirectos. Creó su partido con un nombre parecido a dos de los nuestros, del espectro de derecha: Cambio Democrático. Pese a sus promesas, muy pronto empezaron a surgir las denuncias mediáticas por corrupción en el manejo de presupuestos y contratos, sobrecostos y favorecimiento a sus aliados. En Colombia gobernaba Álvaro Uribe Vélez, de quien se hizo amigo. Era obvio que se entendían a las mil maravillas. Tanto que Martinelli, abusando de su poder presidencial, concedió otro indefensable asilo político en 2010, solicitado por Uribe: el de María del Pilar Hurtado, exdirectora del DAS condenada por convertir esa entidad en el órgano de espionaje criminal que seguía a los contradictores del gobierno Uribe, entre ellos, al congresista Gustavo Petro (ver). Curiosamente, el de las interceptaciones ilegales y violación a las libertades de intimidad y opinión fue el mismo delito del que acusarían al dirigente panameño, años después. Aprendió pronto. Cuando Martinelli, ya expresidente, se fugó a Miami para evitar las consecuencias de las investigaciones en su contra, y Estados Unidos aceptó extraditarlo (encadenado) para que respondiera ante los tribunales panameños (ver), Uribe intervino ante el juez norteamericano enviándole una carta en que lo alababa (ver), además de que le recomendó a un abogado dispuesto a todo: Diego Cadena (ver).
Por su parte, el congresista ultraconservador de origen cubano Mario Díaz-Balart, el probable patrocinador de la conspiración contra Petro, también es admirador de Uribe Vélez. Ha compartido con este y otros colombianos de esa ala ideológica que los identifica a él y a ellos. El propio Díaz-Balart reveló que se citó, hace poco, con el jefe del Centro Democrático, de quien dijo que “hablamos sobre los grandes desafíos que hoy enfrenta Colombia los cuales amenazan la democracia en la región y los intereses de seguridad nacional de Estados Unidos”. El congresista publicó fotos con Uribe y, aunque no lo nombró, con ‘Luigi’ Echeverri, el famoso consejero-cómplice de Iván Duque (ver) a cuyo gobierno, por rara coincidencia, se le atribuye la compra, para uso clandestino en Colombia, del espía informático Pegasus (usado por Martinelli). Díaz-Balart y Martinelli también se conocen. Al menos una vez, el estadounidense hizo parte de una comisión parlamentaria que visitó al entonces presidente panameño cuando ya habían estallado varios escándalos de su gobierno (ver). Y otra coincidencia infaltable: la vinculación de la familia Díaz-Balart a la universidad Sergio Arboleda, de nuevo, del ultraderechismo colombiano. Dos hermanos del actual representante, Lincoln (fallecido) y el banquero de inversiones Rafael Juan Díaz-Balart, han pertenecido al círculo de los poderosos Noguera Calderón, fundadores y controladores de ese centro de estudios. Rafael Juan es miembro principal del consejo directivo de la Sergio Arboleda desde hace varios años (ver). Los Noguera deberían vincular a Ricardo Martinelli a ese órgano de dirección y completarían la cuadratura del círculo. Ah, y Petro podría reunirse con el panameño en la Casa de Nariño mientras Uribe, Duque, Echeverry, Leyva (quien también es de la Sergio) y otros, se citan en Miami con el congresista fervoroso admirador de Trump ¿Quién entiende este galimatías?