Del presidente de la República hacia abajo, muchos altos funcionarios violan la Constitución y las leyes con un agravante: van de frente, atropellando lo que sea. Al menos, sus antecesores actuaban ocultando su venalidad debajo del tapete, no porque fueran mejores personas sino para evitar investigaciones. Ahora, nada importa, son cínicos. Se comportan como matones de vecindad, “lo hago y qué”, porque en la Colombia uribista no hay quien se atreva a juzgarlos. Aquellos que representan la institucionalidad democrática con sus pesos y contrapesos, es decir, el fiscal Barbosa, la procuradora Cabello, el contralor Córdoba, el presidente de la Corte Suprema con su largo listado de familiares beneficiarios del Estado, las decenas de magistrados agradecidos en otras cortes y tribunales, el Senado cómplice y, ni se diga, la Comisión de Acusación de la Cámara de Representantes, constituyen, hoy, una alianza viscosa atada a las causas del jefe del Gobierno, sus subalternos, su partido y su candidato presidencial pues les deben puestos, contratos y poder. Por eso se guardan secretos, se esconden pecados.
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Del presidente de la República hacia abajo, muchos altos funcionarios violan la Constitución y las leyes con un agravante: van de frente, atropellando lo que sea. Al menos, sus antecesores actuaban ocultando su venalidad debajo del tapete, no porque fueran mejores personas sino para evitar investigaciones. Ahora, nada importa, son cínicos. Se comportan como matones de vecindad, “lo hago y qué”, porque en la Colombia uribista no hay quien se atreva a juzgarlos. Aquellos que representan la institucionalidad democrática con sus pesos y contrapesos, es decir, el fiscal Barbosa, la procuradora Cabello, el contralor Córdoba, el presidente de la Corte Suprema con su largo listado de familiares beneficiarios del Estado, las decenas de magistrados agradecidos en otras cortes y tribunales, el Senado cómplice y, ni se diga, la Comisión de Acusación de la Cámara de Representantes, constituyen, hoy, una alianza viscosa atada a las causas del jefe del Gobierno, sus subalternos, su partido y su candidato presidencial pues les deben puestos, contratos y poder. Por eso se guardan secretos, se esconden pecados.
Es incontestable que Duque, quien se posesionó con el bla, bla, bla de que sería el líder de la cruzada anticorrupción y la lucha contra la politiquería, logró, en menos de cuatro años, convertirse en el símbolo de las causas contrarias: promotor de esquemas corruptos y líder del favoritismo clientelar (fidelidad política a cambio de favores) que incentiva más actos de corrupción: Barbosa, que investiga los tipos penales, les debe el puesto a Duque y a la Corte Suprema; Cabello, campeona del clientelismo judicial, es procuradora gracias a las artimañas del presidente y el Congreso; Córdoba, otro campeón de las clientelas, ascendió a la Contraloría por ser “el mejor amigo” de todo el mundo, incluyendo a los expresidentes que se odian entres sí; y así sucesivamente. ¿Alguno de estos personajes se atrevería a llamarles la atención, así fuera en privado, a Duque y sus subalternos por su intervención en política electoral o por sus medidas para inclinar los votos hacia una campaña? ¿O a los alcaldes de su corriente que vitorean, frente a las cámaras, a Federico Gutiérrez?
Este Duque, hoy jefe de debate de Federico Gutiérrez, anda de gira en sustitución del candidato para rebatir cada propuesta que formula el opositor Petro. Dice el mandatario, hinchando el pecho: “Tres ‘p’ que están atentando contra la democracia: la posverdad, el populismo y la polarización ... hay que tener mucho cuidado con la otra ‘p’, con la ‘p’ del populismo (risotadas y vivas en el salón)”. Añade Duque: “Si alguien dice ‘que se acabe el Icetex y pagamos todas las deudas’, ¡ah!, suena muy bonito: populismo” (ver). Las frases del presidente, puestas en boca de Gutiérrez, serían comprensibles porque este estaría enfrentando a quien le va ganando en las encuestas. ¿Pero en el discurso presidencial? O Gutiérrez no es capaz de entender cómo se adelanta una campaña nacional y necesita nana que le ayude, o Uribe se encuentra tan atemorizado que le ordenó a su delegatario en funciones que consiga electores. Y Duque está haciendo la tarea, aun con decisiones políticas como promover la extensión irregular del periodo de la Junta Directiva de Ecopetrol (ver) que preside su mejor amigo, el “vago” Luigi Echeverri, según lo llama la senadora Cabal, o con medidas tan desesperadas como la de regular, por ley, quién, entre los miembros del nuevo Gobierno, podría recibir información de seguridad nacional (ver).
Como el mal ejemplo se extiende, los alcaldes reunidos por el también viscoso director de la Federación de Municipios se unieron a la guachafita e hicieron de su convención, la semana pasada en Cartagena, un lanzamiento de su candidato de derechas (ver). El artículo 127 de la Constitución prohíbe poner los cargos públicos al servicio electoral de cualquier aspirante, el artículo 48 del Código Disciplinario Único califica como falta gravísima el uso de puestos o bienes del Estado en controversias políticas y el artículo 422 del Código Penal castiga la intervención en política de servidores estatales. Ninguna de estas normas indica que el presidente, alcaldes, ministros, superintendentes y consejeros presidenciales que se han puesto la camiseta del paisa superficial estén exentos de cumplirlas: entonces, son violadores del orden legal. ¿Pero ante quién se queja uno? Ante el mono de la pila, contestaban los bogotanos de la primera mitad del siglo pasado cuando habían perdido la batalla.