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ALGUNOS LECTORES QUE RESPETO me manifestaron su molestia por la exclusión que hice de "la gente desinteresada" que votó por Juan Manuel Santos.
Como no quiero parecerme a tantos agresores exitosos de estos años, les ofrezco disculpas por la omisión y por uno que otro epíteto de más que no he debido usar en mi columna pasada, pero me sostengo en el resto del contenido. Por supuesto, sería absurdo suponer que el 100% de la votación de Santos proviene de las amplias zonas oscuras con que siguen nutriéndose las campañas políticas en el país —la de él, lamentablemente, no es la excepción—. Sin embargo, también es cierto que quienes escogen a un candidato por convicción ideológica llegan a las urnas solos. Y como se sabe, el voto de opinión es absoluta minoría.
¿Cuántos, de los casi 6,8 millones que logró sacar Santos en la primera vuelta, caben en el lado amarrado? Difícil saberlo, pero no calcularlo. Entiendo que los encuestadores defiendan su prestigio. No obstante, me cuesta trabajo aceptar que en el lapso de ocho días el candidato de la U hubiera conquistado a tres millones de personas sólo a punta de debates en televisión. Ni que fuéramos la nación más cerebral del planeta. O las empresas que hacen encuestas tendrían que cerrar por incapacidad total. Apuesto a que no se encuentra a un habitante de Colombia que le crea a Carlos Rodado, quien sostuvo, en entrevista con Arizmendi, que la “unidad nacional” con los políticos conservadores, los de Vargas Lleras, los del PIN y la mayoría tránsfuga liberal es “programática”.
Como todavía tengo espacio para el asombro, no deja de aterrarme la facilidad con que los ciudadanos del común, arrastrados por los notables, se pliegan ante el poder: muchos de los que expresaban sus reparos sobre Santos, no saben cómo hacer hoy para elogiarlo, bien exagerando sus características, bien castigando a Mockus por haberse atrevido a retarlo. A éste le restriegan el mínimo traspié. Al heredero de Uribe le pasan desde las mentiras flagrantes, como la de que no va a subir impuestos en su administración, hasta las contradicciones —que también las ha tenido—. ¿Qué tal la salida de Roy Barreras contra Vargas Lleras mientras Santos andaba tras los votos radicales? Y un ejemplo de discriminación: la respuesta del candidato de La U al salario que tendrían que ganar los médicos fue la del mismo millón de pesos; criticaron a Mockus. ¿Quién dijo algo contra Santos?
Hay que admitir que Mockus y sus colegas ex alcaldes, casi siempre ingenuos y probablemente todavía soberbios, han dado papaya. Con respecto al Polo, fueron erráticos y ofensivos. El partido de izquierda se equivoca cuando llama a la abstención porque su decisión favorece al uribismo y debilita el mandato ciudadano por un control político fuerte y, ante todo, digno. Pero a los polistas los asiste algo de razón. Es decepcionante que uno de los verdes diga que “nos quieren llevar a ser oposición”. ¿Cómo así? O ellos representan lo contrario del uribismo o pretenden ser sus herederos, pero no se puede ser lo uno y lo otro simultáneamente. Pese a esas contradicciones y a que su “centro” me parece frágil, me niego a votar por miedo. Lo haré por la esperanza de tener un gobierno limpio que llegue a destapar delitos de alto vuelo; que permita fluir las investigaciones de la justicia en lugar de presionar a fiscales y jueces; que no tenga compromisos de silencio cómplice; que le restituya al país la vigencia constitucional, el derecho a la legalidad democrática y a la separación real de poderes. Con eso nos sobraría, por el momento.
