Debido a sus funciones públicas como examinadores de la conducta de otros, quienes integran la Rama Judicial (fiscales, jueces, magistrados de tribunales y cortes) deberían ser los mejores ciudadanos: ejemplares, intachables, rectos. Si no, ¿con cuál autoridad califican a los demás? Pero nuestros juzgadores son espejos de los políticos que ellos condenan, al menos en la arraigada práctica del clientelismo corruptor. La clientelista Margarita Cabello está próxima a retirarse de la Procuraduría: su periodo de cuatro años termina el 15 de enero de 2025. Ese día o unas horas antes, el también clientelista Carlos Felipe Córdoba, su más seguro sucesor de acuerdo con lo que se ha sabido por las vueltas malucas en que anda, se posesionará en su reemplazo para hacer un festín con los miles de cargos de esa entidad, más otros 1.200 que ella logró añadir a su nómina el 24 de diciembre del 2021, con la complicidad de su jefe Iván Duque, quien, cual Niño Dios, le entregó ese paquetazo que nos costó, a quienes tributamos, la bicoca de $12.000 millones de entonces. Como llaman en Antioquia los regalos de fin de año, el “traído” de Navidad para Cabello se concretó en el combo de amigos de ese Gobierno que tenía a la exministra de Duque como punta de lanza para prolongar su poder. Lo armaron mediante un decreto que, además de la firma del presidente, llevaba las de sus ministros José Manuel Restrepo, de Hacienda; Wilson Ruiz, de Justicia, y Neiro Alvis, director de la Función Pública (ver). Puesto que el sistema clientelar crece en medio de la maleza, de los compromisos entre compinches y del apoyo a la tribu ampliada de parientes personales o de familiares de amigos de los amigos, la asignación a dedo de los puestos con mayores ingresos pulula. Pues bien, Cabello Blanco ha demostrado que merece ser grado 33 de la masonería. Ella sabe más que cualquiera de métodos politiqueros.
La infinita actividad clientelista de Cabello
29 de mayo de 2024 - 05:05 a. m.