Aun quienes hemos sido observadores permanentes del fenómeno de corrupción que carcome al país nos asombramos ya no del hurto de los dineros públicos que desaparecen en arcas privadas, sino de la desfachatez con que actúan los protagonistas del gran robo nacional. Las semanas preelectorales han puesto en el foco público a unas parejas del poder tradicional, ese que cree que nació con el derecho de enlazar la política con los negocios empresariales; estos, con la contratación oficial y sus billones de pesos; esta, con la compra de elecciones para sentar en los puestos clave de decisión —alcaldías, gobernaciones, curules, ministerios, organismos de control— a quienes garanticen que la política seguirá entrecruzada con los negocios... Y así, puede continuar fresco el poder tradicional al que tiene sin cuidado, más allá de sus discursos huecos, que el encadenamiento de sus intereses con el manejo del Estado es lo que se llama, precisamente, corrupción.
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Aun quienes hemos sido observadores permanentes del fenómeno de corrupción que carcome al país nos asombramos ya no del hurto de los dineros públicos que desaparecen en arcas privadas, sino de la desfachatez con que actúan los protagonistas del gran robo nacional. Las semanas preelectorales han puesto en el foco público a unas parejas del poder tradicional, ese que cree que nació con el derecho de enlazar la política con los negocios empresariales; estos, con la contratación oficial y sus billones de pesos; esta, con la compra de elecciones para sentar en los puestos clave de decisión —alcaldías, gobernaciones, curules, ministerios, organismos de control— a quienes garanticen que la política seguirá entrecruzada con los negocios... Y así, puede continuar fresco el poder tradicional al que tiene sin cuidado, más allá de sus discursos huecos, que el encadenamiento de sus intereses con el manejo del Estado es lo que se llama, precisamente, corrupción.
Decía que las parejas del poder quedaron sumergidas en escándalos muy mentados por estos días, gracias a las revelaciones judiciales y periodísticas. ¿Y después? Ellas saben que nada les pasará. Que nadie las tocará en esta Colombia corrupta que sigue su camino sin mirar a los lados ni atrás, resignada a vivir en la desgracia del sin futuro. Alejandro Char, el príncipe de Barranquilla en donde su padre, Fuad, es rey, es precandidato presidencial, ha sido gobernador, dos veces alcalde, concejal, hermano de expresidente del Senado y, simultáneamente, ha mantenido prósperos negocios personales y familiares de construcción en su región y en todo el territorio nacional. Los parientes Nule de su esposa, con quienes ha compartido adjudicaciones millonarias como la vía Bogotá-Girardot, fueron condenados por el denominado “carrusel de la contratación de Bogotá”.
Este aspirante a presidente de la República ha sido denunciado N veces ante instancias judiciales y en investigaciones de periodistas independientes. Su pareja extramatrimonial Aida Merlano acaba de descorrer el último secreto de su venalidad: declaró en la Corte Suprema y le contó, horas después, a la revista Cambio cómo hacía Char para ganar elecciones. De la manera más simple: invirtiendo “billete”, esto es, comprando votos con dinero que ya estaba en sus cuentas personales pero que salió —de acuerdo con la declarante— del presupuesto público. Por ejemplo, en Merlano, entonces aspirante a reelección en el Senado, invertía $6.000 millones cuando ella fue capturada. La excongresista, ya condenada, rindió testimonio sobre la comisión de delitos electorales graves cometidos no solo por su exmarido sino por toda la familia Char, los Gerlein y los constructores de Barranquilla y Atlántico en donde el alcalde y la gobernadora, hay que recordarlo, son miembros del clan. Pero a los Char no los tocan ni los tocarán la Fiscalía de Barbosa, la Contraloría de Córdoba ni muchos menos la Procuraduría de la barranquillera Cabello. Por eso, “Álex” Char se muere de la risa, desprecia a su expareja, se atreve a contradenunciarla para intimidarla y le responde a la sociedad con un videíto en TikTok en que su esposa lo apoya, cual hembra domada, en el intento de burlarse de Merlano (ver).
La pareja de poder Lafaurie-Cabal actúa con el mismo descaro de los Char. El presidente de la Federación de Ganaderos, que siendo un gremio de particulares maneja mediante su fondo $110.000 millones de parafiscales y, por tanto, responde por estos recursos públicos, fue denunciado por uno de los exmiembros de su agremiación de complicidad con el paramilitarismo; Lafaurie también ha sido acusado de presionar, mediante subalternos suyos, a sus asociados para que voten por María Fernanda Cabal en marzo, en las elecciones para Congreso. Esta, por su parte, chabacana como siempre, reafirmó su peligroso extremismo de derecha —su fascismo, en realidad— después de que se revelara una de sus conversaciones en que califica a Duque dizque de “mamerto” y socialista: ¡Duque, el modoso que firmó la autoritaria Ley de Seguridad! Cabal es solidaria con militares condenados por asesinar civiles a sangre fría en el gobierno de su jefe político; la apoyan y ella se deja apoyar de otros civiles que andan ilegalmente armados, al lado de policías, en las manifestaciones que la senadora ve como “tomas guerrilleras financiadas por el narcotráfico”. Por mucho menos, Lafaurie-Cabal y los Char serían procesados en Estados Unidos, España, Francia, Alemania, por mencionar países que no son gobernados por Maduro. Aquí, las parejas del poder andan sueltas y mandan: están por encima de la ley y de la Constitución que rigen para los demás.