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                                                                                                                              Mala semana para el periodismo colombiano

                                                                                                                              Súmenle a la ignorancia, caudales de dinero, prepotencia y desprecio por este país y por sus periodistas, excepto los dos de su predilección quienes, por cierto, están muy lejos de ser sabios. Añádanle ambición e insensatez y una sensación inmensa de ser, tal vez, no un segundo ni un tercero, no un hijo ni un nieto: alguien con importancia local. Entonces encontrarán en esa ecuación la descripción del nuevo propietario de la revista Semana cuyo pecho se hincha de poder pues, en cuanto aterriza, lo comunican con el presidente, con el expresidente, con el congresista, con el fiscal... Lagartería pura. Comprenderán, así, su desenfoque y, a partir de este, la rápida destrucción-de-valor del bien que adquirió. Todo un logro negativo: en menos de dos años terminó con el tesoro de credibilidad y prestigio que ese medio construyó en 38. Lo pongo en términos de pago para que el personaje pueda entender: como si hubiera comprado una flota de Lamborghinis por la mañana y hubiera ordenado lanzarla, completica, por un barranco, en horas de la tarde. Asombroso. Este hombre, que debería actuar como los banqueros que producen mil billetes por uno que invierten, se hizo a un negocio cuya esencia desconoce y no le interesa conocer porque en su mente infantilizada el dueño siempre tiene la razón del fajo.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Súmenle a la ignorancia, caudales de dinero, prepotencia y desprecio por este país y por sus periodistas, excepto los dos de su predilección quienes, por cierto, están muy lejos de ser sabios. Añádanle ambición e insensatez y una sensación inmensa de ser, tal vez, no un segundo ni un tercero, no un hijo ni un nieto: alguien con importancia local. Entonces encontrarán en esa ecuación la descripción del nuevo propietario de la revista Semana cuyo pecho se hincha de poder pues, en cuanto aterriza, lo comunican con el presidente, con el expresidente, con el congresista, con el fiscal... Lagartería pura. Comprenderán, así, su desenfoque y, a partir de este, la rápida destrucción-de-valor del bien que adquirió. Todo un logro negativo: en menos de dos años terminó con el tesoro de credibilidad y prestigio que ese medio construyó en 38. Lo pongo en términos de pago para que el personaje pueda entender: como si hubiera comprado una flota de Lamborghinis por la mañana y hubiera ordenado lanzarla, completica, por un barranco, en horas de la tarde. Asombroso. Este hombre, que debería actuar como los banqueros que producen mil billetes por uno que invierten, se hizo a un negocio cuya esencia desconoce y no le interesa conocer porque en su mente infantilizada el dueño siempre tiene la razón del fajo.

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                                                                                                                              Su primera revista impresa, la que deseaba desaparecer prontamente pero que ahora mantendrá porque a mí me da la gana y ahora no les doy gusto y qué, es un desastre periodístico. La portada antiestética, con fondo azul difuminado, marco negro de esquela mortuoria, sin una imagen real o siquiera digital —para entrar en su onda—, con un título del tamaño y sentido del ego del advenedizo: “COMIENZA UNA NUEVA ERA”, así en mayúsculas, seguido de letras y letras; la portada, digo, resultó más anticuada que cualquier otra de la misma revista, hace 20 o 30 años. Compárenla. Si el hipertecnológico editor hubiera tenido a un profesional a su lado, este le habría aconsejado que, en lugar de ERA, escribiera “etapa”, igual idea y más sensata. ¿“Era” geológica como la del Pleistoceno? ¿Cronológica como la romana? ¿O histórica como la de Luis XIV? ¡Vaya confianza! El texto del editorial, en portada, no resiste un mínimo análisis contrastado con la realidad de las páginas del medio de la “nueva era”: difícil encontrar una verdad, ahí, en particular cuando promete “lealtad únicamente con nuestros lectores y nuestra patria”, tal como lo afirmaría, añadiéndole solamente una “e” a “lectores”, el patrón del uribismo, patrón, también, de las estrellas de Semana: consta en sus notas, programas y opiniones que secundan como por oficio los alegatos de los abogados defensores del favorecido. Un desastre, también, la selección de columnistas políticos cuyos intereses personalistas constituyen la antítesis de los analistas que escriben pensando en el bien común. En la entrevista que el programa radial dirigido por Camila Zuluaga le hizo al “dueño”, como habrá de llamársele desde ahora sin más añadidos, tampoco pudimos pillarle una frase sincera. Sus respuestas sonaron, además de despectivas, falsas como una moneda de $350: “Respeto a fulano, a zutano y a perengana, pero en Semana trabajan 500 reporteros más que no son los nombres de siempre”. “A quienes se fueron, nadie los sacó”. “Jamás he intervenido (en la redacción)”. “Semana seguirá siendo un medio equilibrado”.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Ver todas las noticias
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