Ahora que la oposición política colombiana, consuetudinariamente ubicada en la izquierda, gobierna, y que los partidos tradicionales, acostumbrados a dominar las esferas oficiales, constituyen la oposición, todos los protagonistas del quehacer público parecen descolocados. Los primeros intentan, aun después de un año largo y desorientado, tomar el control del poder que, no obstante el mazo presidencial, todavía manejan los segundos a través de sus voceros en juntas directivas, sus funcionarios en cargos decisivos y sus representantes en la Rama Legislativa. Y los opositores actuales, habituados a que el país se enrute por donde a ellos les entre en gana, tratan de aprender cómo impedir que el lejano administrador de la Casa de Nariño adelante unos programas que van en contravía del statu quo. Como nadie parece saber en dónde está parado, el debate público pasa por una etapa de aridez intelectual devastadora, puesto que liquida la posibilidad de que los ciudadanos tomemos posiciones informadas sobre asuntos que afectarán nuestro futuro y el de nuestros hijos, como el derecho a contar con sistemas eficientes en materia de salud, trabajo y pensiones: casi nada. El Gobierno, por serlo, tiene mil ojos encima para vigilarlo como corresponde en las democracias, no solo en el Congreso sino en la implacable opinión. La oposición, en cambio, viene gozando de cierta inmunidad ante los críticos, incluso ante columnistas, periodistas y medios. Pero no debe ser así porque quienes la ejercen, por haber sido elegidos para ser la voz de otros, se obligan a responder ante la gente que votó por ellos y ante los demás, que les pagamos sus privilegios.
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Política descolocada y oposición sin fondo
22 de noviembre de 2023 - 02:05 a. m.