No es cierto que la presencia de las mujeres en cargos públicos garantice rectitud y ponderación en el manejo del poder y los bienes del Estado, como suele aceptarse de manera rotunda. Muchas han honrado tal fama pero, al mismo tiempo, otras han demostrado que pueden igualar o superar las peores prácticas de los hombres que han determinado, por los siglos de los siglos, el destino desgraciado de sus sociedades. A nuestras cortes, por ejemplo, han llegado abogadas que nos han hecho sentir orgullosas por su valor e independencia. Y han llegado, también, unas para sonrojarse. En el primer grupo recuerdo a dos juristas odiadas por su...
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