Los grandes desafíos colombianos de los próximos años

César Ferrari
20 de septiembre de 2017 - 02:00 a. m.

Cuatro son los mayores desafíos que tiene que afrontar la sociedad colombiana en los próximos tiempos: aumentar el ingreso promedio de la población, que es alrededor de un quinto del ingreso de un país desarrollado; reducir la actual notoria concentración del ingreso, una de las peores del mundo; reducir la abrumadora contaminación del medioambiente, particularmente en las grandes ciudades; y, en últimas, o en primer lugar, construir un país en paz.

Para ello la economía debe crecer a tasas aceleradas, estables y en forma inclusiva y sostenible, es decir distribuyendo ingreso equitativamente y de manera amigable con el medioambiente.

Pero dichos comportamientos pueden ser contradictorios: el crecimiento demanda niveles crecientes de energía, y si la economía crece empleando el actual patrón energético, ese crecimiento será contaminante. Según el Panel Intergubernamental de Cambio Climático de las Naciones Unidas, alrededor del 60 por ciento de la emisión de gases efecto invernadero, que son los causantes del calentamiento global, proviene del consumo de combustibles fósiles, es decir de petróleo, gas y carbón.

En otras palabras, para que el crecimiento sea ambientalmente amigable, los vehículos de transporte deben dejar de ser impulsados por motores de combustión para serlo por motores eléctricos, y las centrales de generación eléctrica a base de carbón y petróleo deben transformarse en centrales de generación limpia: hidroeléctrica, eólica o solar. Ello implica que en lugar de ponerse afanosamente a buscar y desarrollar yacimientos de petróleo, gas y carbón, debería invertirse en desarrollar esas energías alternativas.

Si ello se logra como consecuencia de un cambio en la estructura de rentabilidades, sería concurrente con impulsar el desarrollo de sectores productivos alternativos: manufacturero, agropecuario y turístico, que, además, resultan ser intensivos en mano de obra. Lo cual sería, a su vez, concurrente con una mejora en la distribución del ingreso de los colombianos.

Por cierto, para posibilitar una expansión acelerada de la producción de esos sectores, es decir de su capacidad de producción y, además, para generar progresivamente economías de escala, es necesario vender mucho más, en mercados grandes. Para ello Colombia debe promover la competitividad de dichos sectores y mirar decididamente al Pacífico, seguramente el mayor espacio económico mundial en el siglo XXI, como ya lo han hecho Perú, Brasil, Argentina y Chile: desde hace unos años China es el principal destino de sus exportaciones.

La nueva orientación resulta imprescindible si Estados Unidos acaba cerrándose por una decisión incomprensible de su actual presidente, como parece ser el caso. Lo que quiere decir que en lugar de invertir en carreteras y puertos hacia el norte, hay que invertir en carreteras, puertos y ciudades hacia y sobre el Pacífico colombiano.

Por último, si se trata de construir un país en paz, el crecimiento tiene que tener como una de sus preocupaciones fundamentales el desarrollo rural integral. Según la Misión Rural, en el medio rural se localiza 30 por ciento de la población colombiana, casi en su totalidad pobre, y 60 por ciento de los municipios colombianos; además, la gran mayoría de los desmovilizados de la guerra. La única manera de asentarlos en paz en el campo es asegurar que logren un ingreso que les permita vivir prósperamente. De otra manera, la tentación de dedicarse a los cultivos ilícitos o a la delincuencia será permanente e irresistible.

Lo cual requiere, ineludiblemente, rentabilizar al sector agropecuario, aunque no sea razón suficiente. Y si ese ingreso se resuelve a partir de ocupaciones asalariadas en el campo tampoco será suficiente: esos salarios siempre serán reducidos relativamente. Tampoco será suficiente entregar tierra a los campesinos y dejarlos solos como pequeños propietarios, sin crédito, asistencia técnica ni carreteras para sacar sus productos a los mercados, y recibiendo del precio que paga el consumidor el residuo que queda después de pagar utilidades y costos de comerciantes, transportistas y procesadores.

Sin duda necesitan todos esos bienes y servicios públicos. Pero para que los campesinos alcancen ese ingreso digno es necesario que se integren en el resto de la cadena productiva en la que son el eslabón inicial y principal: sin su producción no hay cadena agropecuaria-alimenticia. La solución reside, entonces, en organizarlos en empresas o cooperativas a cargo de las tareas que completan su esfuerzo inicial a lo largo de la cadena productiva, y hacerlos participar así de sus utilidades. Un buen ejemplo lo dan las cooperativas que procesan, transportan y comercializan los bienes agropecuarios en la provincia italiana de Trento: son los campesinos del Trentino, los que producen esos bienes en sus muy pequeñas propiedades, los codueños de dichas cooperativas y, por lo tanto, de sus excedentes, lo que los ubica entre los más ricos de Italia; algo digno de replicar. 

* Ph.D. Profesor, Universidad Javeriana, Departamento de Economía.

 

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