Sobre innovación y emprendimiento

César Ferrari
05 de septiembre de 2018 - 05:00 a. m.

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King Camp Gillette nació en 1855 en Wisconsin y se crió en Chicago, Estados Unidos. Cuentan que ideó sus famosas máquina y hoja de afeitar mientras viajaba como vendedor alrededor de los años de 1890. Produjo sus primeras máquinas y hojas de afeitar en 1903. Ese año vendió 51 afeitadoras y 168 hojas; en 1915 vendió 450.000 máquinas y más de 70 millones de hojas.

Gillette no fue el inventor de la máquina ni de la hoja de afeitar. Estas fueron patentadas en 1880 por los hermanos Kampfe nacidos en Alemania y crecidos en Nueva York. Pero sí mejoró el diseño de la máquina e introdujo la hoja delgada, de bajo costo, fabricada en acero estampado y desechable, lo cual permitió su producción masiva, en lugar de la previa hoja de acero forjado no desechable.

Pero lo que hizo masivo el uso de las máquinas de afeitar Gillette y su introducción y difusión en Europa fue la Primera Guerra Mundial y la decisión del ejército estadounidense de proporcionar una máquina Gillette a sus soldados, en lugar de las hasta entonces tradicionales navajas de afeitar: la barba impedía que los soldados usaran las máscaras antigas. Para el efecto, durante toda la guerra el ejército suministró cuatro millones de afeitadoras.

Varias cuestiones se deducen de lo anterior. La primera y obvia es que si no se cuenta con la posibilidad de estampar aceros y, más aún, si no se producen aceros planos, pretender fabricar hojas delgadas de acero, estampadas y desechables es un imposible; Colombia estableció su primera siderurgia en la década de los años 40 del siglo pasado.

Segundo. La innovación, y el emprendimiento al que da lugar, no nacen de la nada: resuelven algún problema, el cual es muy probable ha sido abordado de alguna otra manera previamente, aunque sin alcanzar niveles de eficiencia y eficacia adecuadas. De lo cual se deduce que para que la innovación y el emprendimiento sean finalmente exitosos debe aprenderse de los errores: el fracaso debe conducir a un nuevo esfuerzo y a un nuevo intento que corrija el anterior, sea propio o ajeno. No cabe desanimarse a la primera.

Tercero. En casi todos los casos de innovaciones y emprendimientos exitosos, el Estado ha jugado un papel decisivo para apoyarlo, impulsarlo o crearlo, como en el caso del desarrollo de los nuevos metales livianos resistentes a las altas temperaturas, las nuevas comunicaciones y los nuevos combustibles líquidos que fueron indispensables para colocar un hombre en el espacio. El apoyo, impulso o creación requiere involucramiento directo, políticas apropiadas o subsidios por parte del Estado, más allá de reconocimientos morales.

Pero tal vez lo que finalmente marca el éxito o fracaso de la innovación y el emprendimiento es su rentabilidad; es decir, que el precio al cual el nuevo producto o el nuevo proceso puedan venderse supere los costos de producirlo y que su producción pueda alcanzar volúmenes suficientes en forma progresiva; es decir, una economía de escala que permita cubrir los costos fijos derivados de la inversión. 

Por supuesto que en todo ello la creatividad tiene un rol importante, pero no es suficiente ni se da en el aire. Cuando más educada y más experimentada sea la persona es más probable que sea capaz de resolver eficientemente problemas que parecen sencillos aunque sean complejos: como afeitarse sin cortarse. Lo cual lleva a otra cuestión. Si la educación está orientada a repetir textos y autores, como en casi toda América Latina, el así educado difícilmente abordará temas y situaciones que escapen a esos textos y autores. Si se postulan  generaciones creativas, la educación debe orientarse a resolver problemas, como es la que reciben los asiáticos.

La cuestión de la rentabilidad es crucial. Muy difícil que prospere una innovación o un nuevo emprendimiento si financiarlo resulta muy caro. Casi siempre, nadie conoce al innovador o nuevo emprendedor, ni tiene un respaldo económico suficiente de tal manera que pueda financiarse a costos reducidos. Como señala el Banco de la República, los mercados de crédito en Colombia funcionan en competencia monopolística y los mercados de crédito de consumo y de vivienda funcionan casi como un cartel. Lo cual sugiere que para incentivar la innovación y el emprendimiento se necesita una política regulatoria que incentive la competencia en los mercados de crédito. 

Tampoco florecerán la innovación y el emprendimiento si la tasa de cambio fluctúa todo el tiempo o es insuficiente para rentabilizar las actividades que producen bienes o servicios que son transables internacionalmente, es decir, que se pueden exportar o importar. Esas fluctuaciones cambiarias conducen a cambios en sus precios y, por lo tanto, en sus rentabilidades. Así, resulta difícil por no decir imposible iniciar nuevas actividades. Para evitar esas fluctuaciones se requiere una política monetaria que las evite. 

Finalmente, es imposible esperar emprendimientos en lugares apartados o incluso cercanos a las grandes ciudades, si las carreteras, puertos o aeropuertos por los que deben pasar los nuevos productos no existen o son insuficientes en cantidad y calidad adecuada. Lo cual permite concluir que sin una política de inversión pública que resuelva esas deficiencias, tampoco es dable esperar innovaciones y emprendimientos masivos en esos territorios, que tal vez son los que más los necesitan. Lo cual sugiere que sin una reforma tributaria que genere más recaudación, que sea a su vez equitativa y eficiente, resulta muy difícil financiar esa infraestructura y esa nueva educación que hagan posible la innovación y el nuevo emprendimiento.

Favorecer la innovación y el emprendimiento es mucho más que discursos y palabras elogiosas. Requiere políticas y acciones como las señaladas. Mucho por hacer, sin duda.   

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