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Se cumplen tres años del inicio de la invasión rusa a Ucrania, una guerra de agresión que comenzó con el eufemismo de Putin al llamarla “operación militar especial”. Han sido tres años en los que han pasado siglos. Rusia, un régimen autoritario y revisionista, puso en marcha su repertorio de redefinición de fronteras y de depredación geopolítica, algo que no fue nuevo, pero sí sorprendente. Fue el inicio de una invasión anunciada, televisada y transmitida por redes sociales, bajo la impotencia de las instituciones internacionales y el secuestro del derecho internacional, dos síntomas de la recesión geopolítica. Volvimos a invocar el derecho a existir, esta vez, de Ucrania.
Hace tres años, Vladimir Putin juró tomar Kiev en 72 horas. Por suerte, sus cálculos fallaron y ya van más de 26 mil horas sin lograrlo. Sus cálculos no contaron con la resistencia y el rápido despliegue cívico-militar de Ucrania, así como con el apoyo de Europa y Estados Unidos. Vale la pena recordar que, en las primeras horas de la invasión, Putin atacó la infraestructura de conectividad a internet en Ucrania con la esperanza de dejar incomunicado al presidente Zelensky con sus generales. Sin embargo, Elon Musk le suministró internet satelital para que pudiera lograrlo.
La guerra empujó el rediseño del orden mundial, involucró actores continentales y extracontinentales, afectó la cadena de suministro de fertilizantes y alimentos, puso en vilo la estabilidad energética mundial y regresó el tabú nuclear con la suficiente fuerza para desempolvar guías de supervivencia. Volvieron las grandes migraciones y el secuestro de niños ucranianos por parte de Putin. Entonces, se cristalizó la idea de que estamos en medio de la primera guerra global. Rusia rompió el orden y parece estar lejos de repararlo o, al menos, de crear uno, pese a sus intentos de hacerlo con otros líderes autoritarios.
La guerra global coincide con que ningún Estado ha sido ajeno al conflicto, ni por posición política ni por afectación. Supuso, entonces, la ruptura de la tradicional neutralidad de Finlandia y Noruega, por ejemplo, así como el apoyo militar y económico de Europa a Ucrania. Sin embargo, a pesar de la ayuda europea, el continente ha sido cauteloso en estos tres años, un craso error. El exceso de cautela provoca al agresor.
El futuro de la guerra parece turbio, como la guerra misma. La niebla no se disipa. A pesar de las intenciones del gobierno de Trump de tejer una negociación y acabar la guerra en seis meses, hay que dejar dos cosas claras: a Putin le conviene un acuerdo; a Ucrania no tanto. Por eso, uno de los propósitos de Rusia es desmilitarizar a Europa. El otro: la guerra solo termina cuando Rusia deja de luchar. Pues, si eso ocurre, tanto Rusia como Ucrania seguirán existiendo. Si Ucrania deja de pelear, Ucrania desaparece.
Es notable la asimetría de fuerzas entre Moscú y Kiev, y por eso el ánimo entre muchos aliados de Ucrania ha decaído. Los rusos están logrando avances constantes, Kiev se está quedando sin municiones y los refuerzos tardan; hay déficit de balas. Si Europa y Estados Unidos no materializan una ayuda superior a la militar, que contempla una estrategia en la que Ucrania tenga garantías de seguridad y se entienda que la seguridad de Europa se define en Ucrania, Putin representará una amenaza para todos. Incluso si terminan los combates actuales en Ucrania, un acuerdo no detendrá futuras agresiones rusas, como se ha visto en varias oportunidades. Las reglas de juego y las instituciones no impiden a los autócratas cometer actos criminales; pueden seducirlos. Putin considera la guerra actual como parte de un proyecto de confrontación a Occidente a largo plazo. Nada garantiza que se detenga en Ucrania.
Sin embargo, la estrategia para Ucrania puede diseñarse desde varios frentes. Para empezar, Ucrania posee reservas de minerales críticos y tierras raras, así como una industria de defensa de vanguardia y un sólido sector tecnológico y cibernético. Esto le permite tanto a Washington como a Europa establecer una asociación para el desarrollo de insumos de defensa. Esto podría llevar a Ucrania a la mesa con Rusia con fortaleza económica y diversificación de los actores occidentales en las cadenas de suministro.
Por otra parte, algunos analistas han sugerido que Europa debe unificar su plan para que Ucrania ingrese a la Unión Europea, estableciendo un plazo mediano para ello. A partir de ahí, se aliviaría la incertidumbre de Ucrania sobre su futuro occidental y, de cierto modo, se estancarían las pretensiones rusas sobre Kiev. Otros expertos, como Michael O’Hanlon, coinciden en que Ucrania puede defenderse eficazmente si es atacada después de un acuerdo con Rusia, creando un sistema de defensa territorial de múltiples capas para el territorio que todavía controla. Esto debería lograrse en poco tiempo.
En otras palabras, el apoyo a Ucrania no es solo una cuestión de corrección y justicia; es una inversión en seguridad y estabilidad. El mayor riesgo es no hacer nada y acostumbrarnos a la emergencia global, a otras 26 mil horas.
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