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Estamos acostumbrados a leer al mundo desde una perspectiva convencional. Precisamente, desde una matriz conservadora que nos indica que hay Estados, organizaciones, instituciones, normas, actores poderosos, otros no tanto, líderes políticos y una sociedad civil. Sin embargo, es difícil, a veces, entender que, además de esos actores, otros un poco oscuros —como los criminales, por ejemplo— también le dan forma al mundo, le dan cuerda y hacen parte del orden, así nos parezca que lo abominable debe estar excluido de nuestros lentes.
Myanmar se ha convertido en el centro de gravedad del crimen organizado global, no tanto transnacional. Tras el golpe de Estado que ocurrió en febrero de 2021 —y que todos vimos suceder mientras se televisaba un ejercicio de aeróbicos en cadena nacional y, de fondo, entraban carros militares a derrocar al gobierno— se consolidó una estratocracia: es el gobierno de los militares sin ser exclusivamente una dictadura militar. Con ella, una guerra civil en la que tanto los militares del gobierno y sus aliados se enfrentaron contra fuerzas antigubernamentales. Aunque parecía indicar una victoria de los rebeldes, lo cierto es que no hay avances significativos de ellos en su capital, Naipyidó. Las razones son varias, pero las principales tienen que ver con China y el apoyo al gobierno militar golpista por el control de las tierras raras y la protección del oleoducto que atraviesa el país. Otra gran razón es el lugar que ocupan los criminales en ese país, causa por la que ni las fuerzas del orden ni de actores extranjeros pueden aplanar las violencias, los homicidios y diversas formas de crimen.
Myanmar es el segundo lugar más violento del mundo y ocupa los primeros puestos en mediciones sobre fragmentación territorial. El gobierno golpista no controla el territorio, no ofrece servicios públicos, no domina áreas públicas, no protege las fronteras y el Estado allí, como en otros lugares, es una ilusión. Es el escenario perfecto para el crimen organizado global. Es el paraíso de las ciberestafas. Se han creado, en los últimos dos años, centros de estafa dedicados a operaciones globales de fraude en línea. Es el Silicon Valley del crimen global.
Las fronteras de Myanmar con países vecinos se han convertido en zonas de proliferación criminal, impulsadas por la histórica lucha de grupos étnicos minoritarios por su autonomía frente al poder central bamar. Tras el golpe militar de 2021, estos grupos armados se aliaron con nuevos combatientes para enfrentar a la junta; eso ha generado un contexto de guerra híbrida donde florecen economías criminales. Esos centros de estafa digital, financiados por grupos armados y actores vinculados al régimen, se benefician de actividades como la “matanza de cerdos”, una sofisticada modalidad de fraude en línea que ha provocado pérdidas globales de 75.000 millones de dólares entre 2020 y 2024. Myanmar es más que un corredor de criminales: es el epicentro de operaciones de varias estructuras con alcance global. Según el Índice Global de Crimen Organizado, grupos narcotraficantes que venden metanfetaminas y sintéticos tienen sus despachos y complejos industriales criminales a puertas abiertas allí. Es el lugar desde donde se proveen los precursores de la heroína con amplia facilidad. Llama mucho la atención que Myanmar, en términos tradicionales y conservadores, está desconectado del resto de Estados del vecindario: no hay comunicaciones diplomáticas con gobiernos extranjeros, ni con las potencias regionales, excepto con China. Pero, más allá de eso, es un Estado aislado del orden convencional, aunque muy conectado al criminal.
Los criminales de allí conectan con otros de lugares extracontinentales para el tráfico de personas, fauna silvestre, armas, madera, cigarrillos de contrabando, y se han convertido en actores con capacidad de importar más criminales para operar en Myanmar. En algunos informes, por ejemplo, se señala la urgente capacidad que están teniendo criminales de imprimir en 3D sus propias armas y municiones de gran calibre. Esto supone un vacío en el rastreo y la confiscación, y genera una preocupante consolidación de un complejo criminal industrial. Criminales perseguidos en América, Europa y Medio Oriente “migran”, huyendo de las autoridades, a Myanmar en búsqueda de un refugio criminal. Mientras nos preocupamos por la evidente erosión del orden liberal basado en reglas, hay otro en ciernes, o por qué no, en proceso de maduración: el de los criminales.
*Profesor de Relaciones Internacionales
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