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La propuesta de Estados Unidos para resolver la guerra de invasión de Rusia contra Ucrania es el ropaje perfecto para advertir que se avecina un mundo cada vez más peligroso. La administración Trump ha presentado un borrador de 28 puntos profundamente inquietantes. Es una lista de disposiciones que ignoran por completo a Ucrania y a Europa, y que revelan un sesgo evidente hacia satisfacer al agresor antes que reparar al agredido.
El documento equivale, en la práctica, a una capitulación impuesta a un país soberano. El agresor define el resultado de su propia guerra y cuenta ahora con el aval de Washington. Es un plan concebido por Putin y anunciado por Trump. Los puntos más alarmantes son aquellos que exigen a Ucrania renunciar a parte de su territorio, reducir drásticamente su fuerza militar y renunciar definitivamente a ingresar en la OTAN. Asimismo, según el plan, Kiev debería renunciar a ciertos sistemas de armas y prohibir el despliegue de tropas extranjeras como fuerzas de paz en un eventual alto el fuego. A cambio, funcionarios estadounidenses aseguran que Moscú se comprometería a no atacar a Ucrania ni a otros países europeos, consagrando esa promesa en la legislación rusa.
Estos 28 puntos, aun como borrador, ya exponen un mundo resquebrajado y peligrosamente vulnerable. Para empezar, abren la puerta a que otros actores, como China, concluyan que existen condiciones y precedentes para agredir, anexar o eliminar territorios vecinos, como Taiwán, sin enfrentar costos significativos. Una potencia occidental otorgando luz verde para satisfacer al agresor constituye un precedente gravísimo. En negociaciones de paz y seguridad nunca se conceden beneficios por adelantado ni se cede terreno estratégico sin contraprestaciones claras. En este caso, Rusia (el agresor) ganaría demasiado, mientras que Ucrania (la víctima) dejaría de ser, en esencia, Ucrania. Además, cualquier acuerdo que excluya a los actores directamente involucrados está condenado al fracaso. La noción de “victoria” para Rusia implica eliminar a Ucrania; la noción ucraniana de victoria, en cambio, es simplemente seguir existiendo. Son visiones irreconciliables, de suma cero, que hacen aún más grave la exclusión de Kiev del plan, una exclusión que, además, la castiga.
Conviene recordar algo elemental que los diplomáticos estadounidenses han decidido omitir: desde la Segunda Guerra Mundial, uno de los principios básicos del orden internacional para preservar la estabilidad ha sido que la agresión utilizada para modificar fronteras es ilegal y condenable. Un acuerdo que recompense a Rusia debilita ese principio, erosiona aún más el orden internacional y aumenta la probabilidad de guerras futuras. A la inversa, un plan que reafirme la existencia de Ucrania y sancione claramente al agresor podría ofrecer algo de oxígeno a un orden ya frágil, reduciendo la posibilidad de invasiones impunes.
El borrador también es peligroso por otra razón: la resistencia ucraniana ha logrado contener, de manera paradójica, el riesgo del uso de armas nucleares estratégicas o tácticas. Gracias a Kiev, el tabú nuclear ha vuelto a tener un peso real. Pero si este acuerdo prospera y Ucrania es derrotada, Europa y varios países asiáticos acelerarán sus programas nucleares, reconfigurando el equilibrio estratégico y multiplicando los riesgos globales. Cuantos más actores posean armas nucleares, más inestable se vuelve el mundo y mayor es la probabilidad de una guerra nuclear, incluso a pequeña escala. En otras palabras, para evitar una guerra nuclear, es esencial que Ucrania conserve su integridad territorial.
Como ha señalado Timothy Snyder, la política interna de los países importa. Los 28 puntos de Trump ignoran cómo funcionan las democracias, pero sí se ajustan al funcionamiento de las tiranías. Los regímenes autoritarios luchan por razones personales y simbólicas, en el caso de Rusia, por las obsesiones históricas de Putin y su revisionismo imperial; las democracias, en cambio, luchan porque sus ciudadanos no sean subyugados, por la soberanía y la autodeterminación. Para que Ucrania acepte poner fin a la guerra, es indispensable involucrar a su población, conservar sus fronteras, sus nociones de identidad y su relación con el gobierno. Para que Rusia deje de luchar, basta la decisión de un solo individuo. Si Ucrania existe, Rusia existe; pero esa lógica no se lee igual en sentido contrario. El plan estadounidense parece asumir que esta guerra es simplemente una disputa territorial entre dos hombres, lo cual es una premisa deliberadamente errónea. Es una disputa entre la idea de una vieja noción imperial contra la el derecho a existir de otra nación.
Las supuestas garantías de seguridad que ofrece el plan de Trump no son más que una condena anunciada a la desaparición de Ucrania. Ningún documento es capaz de frenar las intenciones agresivas de una tiranía. Los autócratas disfrutan de las reglas porque disfrutan violarlas. Y es necesario recordar, una vez más, que Rusia ha incumplido todos los acuerdos firmados con Ucrania. Nada en estos 28 puntos representa una garantía auténtica de estabilidad ni de paz; es, más bien, un recetario destinado a desmantelar lo que queda del orden internacional.
Vale la pena recordar que no todas las guerras terminan en negociaciones. Algunas negociaciones, mal planteadas, son en realidad el preludio de guerras más amplias y más totales. Puede ser la antesala y el final definitivo del orden liberal.
César Niño es profesor de Relaciones Internacionales. X: @cesarnino4
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