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La paz es algo lo suficientemente frágil que, de no consolidarse, puede suponer una cascada de tragedias aún más profundas que el inicio de cualquier otra guerra. La esperanza que se ha cobrado la aceptación de Israel y Hamás por un cese al fuego y por terminar las agresiones armadas, así como por adoptar una primera fase de un acuerdo de paz, parece poner un calmante a un mundo convulso y tensionado.
En esa primera fase se acordó el regreso de los rehenes israelíes vivos a cambio de prisioneros palestinos y el retiro de las tropas de la mayor parte de Gaza, como también un aumento de ayuda humanitaria para los gazatíes. Lo anterior es apenas lo obvio, si de salvar algo se trata. Es, tal vez, lo mínimo esperable de cualquier pacto por terminar la guerra. Sin embargo, todos sabemos muy bien cómo lucen las guerras (destrucción, muertes, desolación), pero no siempre pasa lo mismo con las paces, porque estas son difíciles de registrar en los lentes. Da la sensación de que la guerra es más fotogénica que la paz.
Para que la paz, en esta oportunidad, tome forma, es necesario que ocurran y converjan ciertos elementos. El primero de ellos tiene que ver con el desarme de Hamás, una situación que es difícil de anticipar, teniendo en cuenta la naturaleza de ese grupo terrorista. Hamás sabe bien cómo molestar a Israel y provocar conflictos que desbordan todas las lógicas humanas. El desarme de Hamás parece estar lejos de ser real si se trata de una voluntad unilateral del grupo. Son aproximadamente 17 mil individuos quienes integran sus filas dentro y fuera de Palestina; su desarme no parece estar cerca. La voluntad de Hamás de aceptar un acuerdo estuvo supeditada a presiones extranjeras desde Qatar, Estados Unidos y Egipto, principalmente, no por una decisión interna que sugiriera un cambio en la lucha o un quiebre por razones de tácticas contraterroristas de Israel.
El segundo es que todos los rehenes israelíes regresen a casa, al menos está previsto. Israel está obligada a liberar a los palestinos de las cárceles, devolver los cadáveres de militantes de Hamás y retirar las tropas de las zonas acordadas en Gaza. Al parecer, este segundo elemento es más viable que el primero. No obstante, este elemento no parece ser el punto de salida o de llegada a una paz estable.
Los veinte puntos del plan tienen cosas que son imposibles de prever. El primero de esos veinte es: “Gaza será una zona libre de terrorismo y desradicalizada que no represente una amenaza para sus vecinos”. Este punto, que intenta lucir pragmático, es todo menos eso. En él hay un universo de interpretaciones que, seguramente, si se le pregunta a un miembro de Hamás por si se considera terrorista, este, con toda seguridad, dirá que no.
El punto tres es: “Si ambas partes aceptan esta propuesta, la guerra terminará de inmediato. Las fuerzas israelíes se retirarán a la línea acordada para preparar la liberación de rehenes. Durante este tiempo, se suspenderán todas las operaciones militares, incluidos los bombardeos aéreos y de artillería, y las líneas de batalla permanecerán congeladas hasta que se cumplan las condiciones para la retirada completa y gradual”. Este punto parece hablar de dos cosas distintas. Si hay veinte puntos, el último debe ser, en efecto, que, si ambas partes aceptan la propuesta, la guerra terminará de inmediato; al menos la lógica indica que esto no puede estar en el tercero.
El punto seis, de esa misma veintena, dice: “Una vez que todos los rehenes sean devueltos, los miembros de Hamás que se comprometan a coexistir pacíficamente y a desarmar sus armas recibirán amnistía. A los miembros de Hamás que deseen salir de Gaza se les proporcionará un paso seguro a los países receptores”. ¿Qué país está dispuesto y en qué condiciones a recibir a integrantes de Hamás? ¿Cuándo han dicho que quieren desarmarse? Algo que llama la atención es que, en esos puntos, no está contemplado el reconocimiento del Estado palestino.
Parece improbable, así queramos y nos ilusionemos con una paz en Gaza, que la paz esté cerca. No hay interés claro en una solución de dos Estados. Los palestinos carecen de liderazgo político por efectos mismos de la guerra. La Autoridad Palestina es ilegítima, débil y está amenazada por Hamás. Hamás ha sido debilitado, pero no está cerca de desaparecer. A los palestinos les llevará tiempo definir sus políticas mientras los gazatíes se recuperan de una guerra devastadora. Si el plan tiene éxito, puede que haya cierta estabilidad y reconstrucción de Gaza. Si falla, la posibilidad de una guerra ampliada está asegurada. Da la impresión de que la idea de guerra entendida en este plan, así como la de paz, se parecen mucho entre ellas: no saben con certeza cuál es la diferencia entre la guerra y la paz. Mientras tanto, la fotogenia de la guerra es la que recordamos; nadie recuerda la paz.
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