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Cada mes, en promedio, mueren 20.000 personas en el mundo a causa de la violencia política. Vivimos en un lugar peligroso, donde la democracia no garantiza ni la reducción de la violencia ni la construcción de escenarios más seguros. De hecho, como se ha señalado en análisis anteriores, la recesión geopolítica ahora se manifiesta dentro de los propios sistemas democráticos, es más, también podríamos hablar de recesión democrática global. El año 2025 avanza rápidamente hacia un récord aterrador: convertirse en el más peligroso, conflictivo, inseguro y violento de lo que va del siglo.
Según información de Datos de Ubicación y Eventos de Conflictos Armados (ACLED), desde 2020 el número de conflictos violentos se ha duplicado, pasando de 104.301 a alrededor de 200.000 en la actualidad. Así, en plena explosión tecnológica global, en esta era tecnopolar y de avances científicos sin precedentes, el mundo se aleja rápidamente de ser un espacio seguro. La lista de países con mayor violencia política y conflictos armados está encabezada por Palestina, Myanmar, Siria, México, Nigeria, Brasil, Líbano, Sudán, Camerún y Colombia, seleccionados entre 50 Estados analizados. Haití y Pakistán ocupan los puestos 11 y 12, respectivamente. Los 10 primeros se encuentran en un nivel extremo de violencia, un fenómeno impulsado principalmente por el estallido o recrudecimiento de tres grandes conflictos: la guerra en Ucrania, la ofensiva en Gaza y la crisis en Myanmar —un país oscilante entre desastres naturales y guerra civil—. A estos se suman conflictos enquistados con altísimos índices de violencia, como los de Sudán, México, Yemen, Colombia y el Sahel, así como la falta de resolución en tensiones históricas, como la existente entre Ruanda y la República Democrática del Congo.
En Colombia, por ejemplo, la proliferación de grupos armados y organizaciones criminales ha superado incluso el caos de Haití, planteando una preocupación aún más grave: el Estado parece volverse cada vez más imaginario, mientras que estos grupos ofrecen servicios que las instituciones oficiales no brindan. En otras palabras, da la impresión de que se están consolidando auténticas repúblicas criminales.
Las violencias adoptan formas variopintas: desde bombardeos a distancia y ataques con drones en Gaza o Kursk, hasta decapitaciones en Haití y Goma, violaciones sistemáticas contra mujeres en las calles de Saná o masacres en regiones como el Catatumbo colombiano y terrorismo en Medio Oriente. La sofisticación de la violencia es la tendencia que define el rumbo del peligro global.
Cada vez más población mundial está expuesta a la violencia política continua. Los datos sugieren una creciente desconexión entre el poder político formal y el poder violento real. En países como México, Colombia, Nigeria o Sudán —por mencionar algunos—, los gobiernos no tienen el control del territorio, y quienes lo ejercen han establecido un entramado perverso de relaciones cívico-criminales mediadas por la violencia. Mientras la geopolítica y la democracia atraviesan una recesión, la violencia experimenta un auge inquietante: florece, se diversifica y se fortalece.
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