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En un mundo policrítico, polipolar y en permacrisis, el aniversario de las Naciones Unidas obliga nuevamente a replantear los diseños de la gobernanza global y de las instituciones internacionales.
Las guerras de gran alcance reaparecen en el sistema internacional como una mancha de moho que se expande sobre la pared. Las potencias medianas se han convertido en los vectores de los conflictos, mientras las grandes intentan recuperar sus antiguas zonas de influencia. Esto ocurre en un escenario donde la obsolescencia programada del diseño multilateral resulta crítica: el sistema internacional actual está perdiendo las conexiones que le permiten funcionar, justo cuando más se necesitan.
Una institución octogenaria como la ONU requiere una revisión profunda, someterse a un chequeo de salud institucional que le permita reconocer que sus condiciones actuales ya no son suficientes para responder a los desafíos contemporáneos. Su saturación de oxígeno se debilita, porque sus recursos, cada vez más limitados, apenas le permiten funcionar; respira con dificultad. La tensión arterial le significa una subida de temperatura ante los problemas, y la hipertensión la está llevando a un momento de agotamiento sistémico. Como consecuencia, la aparición de cataratas nubla su visión, ya no puede ver con la misma claridad lo que podía hace unas décadas, en su juventud.
Tantos problemas al tiempo, con tan pocas capacidades para atenderlos. Las crisis se acumulan. La guerra en Ucrania, Gaza, Haití y Sudán; la emergencia climática; el terrorismo; los avances peligrosos de la inteligencia artificial; las violaciones sistemáticas de derechos humanos; la salud global; y las recesiones económica, democrática y geopolítica configuran un mundo particularmente caótico.
Es cierto que no hemos presenciado una tercera guerra mundial, al menos no bajo las categorías con las que se definía en el siglo XX, pero las guerras de hoy, aunque regionalizadas, son globales en sus repercusiones. Los riesgos financieros y de seguridad son mayores que en cualquier otro momento de la historia reciente, al menos desde la fundación de la ONU. La policrisis actual demuestra que los conceptos de seguridad y paz internacionales han desbordado el dique de contención institucional que representó la ONU en 1945, lo que entonces se entendía por paz y seguridad es radicalmente distinto de las nociones actuales.
El año 2025 arrastra el sedimento de los problemas no resueltos de hace ochenta años, pero sobre ellos se han acumulado nuevas amenazas, tan peligrosas como las armas de destrucción masiva, o como los cálculos biliares que ya presenta Naciones Unidas, de ahí sus obstrucciones sistémicas. La ONU se queda sin fondos, la ayuda humanitaria se agota, los mecanismos de solución pacífica de controversias se repliegan, mientras los problemas se multiplican y las crisis crecen como espuma, el mundo se inflama.
No es fácil cumplir ochenta años, seguro. Puede haber instituciones con mejores calidades de vida, también, eso depende de muchos factores. La salud de la ONU no está en sus mejores momentos, es una institución a la que los problemas le han pasado por encima, sus arrugas le significan grietas y le pesan las piernas. Nunca sabremos si exista un asilo para instituciones ancianas. El mundo ya no es el de 1945, es uno muy peligroso.
*Profesor de Relaciones Internacionales
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