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Las guerras también son símbolos, así como telarañas. Tienen significados políticos y estratégicos que definen buena parte de la mística del combate. Los estrategas suelen rotular sus operaciones y campañas militares en las guerras con nombres cargados de símbolos que reivindican mitos fundacionales o heroizan hazañas épicas. Por mencionar algunos, por ejemplo, la Operación Tridente de Neptuno, que fue la que tuvo lugar en la búsqueda y dada de baja de Osama bin Laden en mayo de 2011, en Abbottabad, Pakistán; la Operación Overlord, del 6 de junio de 1944, para el desembarco en Normandía; la Operación Mantis Religiosa, de 1988, lanzada por Washington contra Irán; y así pueden enlistarse varias de estas que, de alguna forma, bajo sus nombres, inmortalizan empresas militares y resaltan grandes campañas.
Pero a veces, la sencillez también es un insumo relevante en la guerra, porque una sencilla operación bastante meticulosa no contradice los términos de la estrategia y puede reequilibrar las fuerzas asimétricas en el teatro de la guerra. Un ataque sencillo requiere de un mayor ingenio.
El pasado 1 de junio parecía ser un día de remembranza gloriosa para Rusia: se conmemoraba el Día de la Aviación de Transporte Militar, pero será recordado, desde ahora, como el día en que el Servicio de Seguridad de Ucrania llevó a cabo un inteligente y audaz ataque con drones en territorio ruso. El blanco: cuatro bases aéreas de importante calado estratégico, que dejó inservibles y destruidos aviones de la flota aérea de Putin. Una operación de inteligencia legítima y lícita que Ucrania denominó “Telaraña”, a secas.
Las cuatro bases aéreas atacadas por Kiev en Rusia, sumado a la coordinación del lanzamiento de los drones transportados por camiones de carga, dibujaron en el mapa de los estrategas una suerte de red, de telaraña. Fueron 40 aviones impactados, incluyendo bombarderos estratégicos Tu-95MS, Tu-22M3 y aviones A-50 utilizados para lanzar y coordinar ataques con misiles contra ciudades ucranianas, estos con capacidad nuclear.
El ataque vanagloria el diseño de la inteligencia y efectividad ucraniana, y al tiempo subraya las vulnerabilidades rusas. El ataque fue una absoluta sorpresa, deja ver la paciencia estratégica de las fuerzas de seguridad de Ucrania y revela una falla estrepitosa de la inteligencia rusa.
La Operación Telaraña ha significado que Kiev entiende muy bien su lugar en la guerra, ha leído con atención los movimientos de los últimos 18 meses de Moscú y ha sacado provecho de la naturaleza de la hibridez de la guerra: tecnología, táctica, engaño, clandestinidad y sorpresa. Su curva de aprendizaje por la supervivencia ha crecido de forma espectacular; entiende que para mantenerse existiendo necesita aprovechar todo a su alcance, desde la más alta tecnología de punta, así como la obsoleta, pero también los sistemas comerciales que le permitieron entrar con los camiones sus drones, al mismo tiempo que la programación desde la inteligencia artificial.
Esta operación marca un nuevo vector en la guerra de resistencia que libra Ucrania contra una de agresión que ha desatado Rusia: el de la precisión masiva y simultánea. Eso se traduce en que los ataques de precisión de bajo costo ahora son accesibles para casi cualquier actor.
La Operación Telaraña no cambiará el equilibrio en las primeras líneas de batalla, pero sí deja ver las costuras de las defensas y la contrainteligencia rusa, así como la recalibración de las expectativas sobre el futuro de la guerra. Hay nuevos incentivos para Moscú y Kiev para mantenerse en combate: los primeros quieren responder; los segundos se han llenado de confianza y de orgullo por una nueva y mejor hazaña. Seguro vendrán más. Un ataque quirúrgico donde Zelensky demostró que puede echar abajo las capacidades rusas sin masacrar población ni destruir ciudades.
*Profesor de Relaciones Internacionales
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Por César Niño
