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Es común apelar a la nueva presidencia de Trump como el acontecimiento que marca nuevas tendencias en la geopolítica global, y no es para menos. Prestigiosos centros de pensamiento y analistas reputados han realizado profundos ejercicios de reflexión y prospección para intentar mostrar algunos caminos de este rápido y accidentado siglo XXI. Ian Bremmer, por ejemplo, ha comenzado a debatir la idea, planteada originalmente por Børge Brende en el Foro Económico Mundial de 2024, sobre una recesión geopolítica actual. En esta discusión también han participado el príncipe Michael de Liechtenstein y la historiadora Margaret Macmillan.
Donald Trump es un gran imitador de dictadores, y esto, de entrada, supone un episodio de gran estrés sobre el orden actual y futuro. El cúmulo de cosas inconclusas —la conmoción global por la guerra en Europa, el ascenso de regímenes autoritarios, el rediseño geográfico de Oriente Medio, el control político de los oligarcas sobre la privacidad de la ciudadanía y el desprecio de los líderes políticos por las instituciones internacionales— sugiere que algo está ocurriendo con el orden mundial. El presidente de Estados Unidos ha hecho entender que la soberanía de otros países es un asunto cuestionable y puede ser violable (como en Panamá o en Dinamarca), algo que no difiere de las tesis de Putin o de Xi Jinping.
La recesión geopolítica indica que nos encontramos en un momento en el que dos órdenes mundiales coexisten, aunque son contradictorios entre sí. Estamos, entonces, en una suerte de interludio, de estrés geopolítico, donde el viejo orden no termina de morir y el nuevo no comienza a nacer, entre paréntesis. Estamos más acostumbrados y familiarizados con las recesiones económicas, aquellas que suceden tras dos trimestres consecutivos de crecimiento negativo, como señalan los economistas y que suelen tener patrones cíclicos de siete años. Sin embargo, en la geopolítica también ocurren recesiones. Estas se presentan en momentos en los que los bordes del poder se derriten y los diques de las instituciones se revientan.
Podemos entenderlas como ciclos de acomodamiento y equilibrio, aunque se desarrollan en periodos más largos que los económicos. Por ejemplo, algunos de esos ciclos fueron productos de la Guerra del Peloponeso, el auge y caída de Roma, el fin de las guerras de religión europeas en Westfalia, que dio origen al Estado-nación, el Congreso de Viena de 1815 para contener futuros “napoleones”, o la Segunda Guerra Mundial, por mencionar algunos. No fuimos testigos directos de estos eventos, y tal vez por eso no identificamos la recesión geopolítica como un patrón. De esos ciclos surgieron reglas, instituciones y valores que persisten hasta hoy. Sin embargo, el panorama actual parece reflejar una polarización del sistema multipolar.
El diseño del orden mundial, que parece agonizar, es producto de la Segunda Guerra Mundial: un mundo basado en reglas, dispositivos multilaterales, seguridad colectiva, promoción de los derechos humanos y derecho internacional. Este diseño no se adapta al nuevo orden que intenta emerger, uno donde los líderes políticos se comportan como jefes de mafias, pavonean sus armas nucleares, promueven proyectos expansionistas y legitiman un tecnofeudalismo. Estábamos acostumbrados a temerles a potencias globales autoritarias, pero ahora el líder autoritario occidental, en nombre de la libertad, promete desmantelar el orden liberal, y eso da miedo. Hay una atrofia de las reglas internacionales y una hipertrofia de la venida en gana: se salta las reglas y no le importa hacerlo.
Todos los ciclos geopolíticos cambian debido a desequilibrios en el poder, cuando se resquebraja el hormigón del sistema y fallan los circuitos eléctricos de la estabilidad. Esto sucede cuando las reglas de juego y la gobernanza existente son desbordadas por los problemas y no hay ajustes suficientes para tramitarlos. Ocurre cuando las instituciones dejan de ser operativas ante el cambio de voltaje de las circunstancias globales. Así, como ha sugerido Bremmer, cuando la brecha entre el equilibrio y las instituciones establecidas se amplía rápidamente, el orden geopolítico empieza a tambalearse y se vuelve mucho más inestable.
También es cierto que un orden mundial estable es poco común. Por lo general, el orden se construye a partir de reglas, pero el problema actual es que estas reglas ya no son vigentes. El mundo se tambalea y se estresa. No siempre que un orden termina, emerge otro. Hoy estamos entre paréntesis. Se requiere, como alguna vez lo sugirió Richard Haass, un nuevo Congreso de Viena, uno 2.0, una diplomacia creativa e instituciones ergonómicas.
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