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Los escándalos de espionaje más famosos en Estados Unidos han estado relacionados tanto con la filtración de información de funcionarios de inteligencia a gobiernos extranjeros como con operaciones encubiertas de Washington contra objetivos civiles, intentos de desestabilización de gobiernos en los cinco continentes y revelaciones de exagentes de los servicios de seguridad. Todos estos casos sugieren que, para que la información salga a la luz, hubo un mal procedimiento por parte de los operadores del sistema de inteligencia o, en su defecto, individuos que decidieron vender la información al mejor postor. Algunos de ellos terminaron siendo considerados héroes; otros, villanos.
En esta oportunidad, no ocurre ni lo uno ni lo otro. La reciente filtración del gobierno de Trump indica que su administración considera el establecimiento que representa como un estorbo. La filtración del chat de Signal, en el que altos funcionarios de Washington conversaban sobre cuestiones de seguridad y en el que se expusieron planes de ataque a los hutíes en Yemen, dejó en evidencia serias irregularidades. A esta conversación fue invitado, sin saberse por ahora si de manera accidental o intencional, el editor en jefe de The Atlantic, Jeffrey Goldberg.
Esto revela que Trump valora más la fidelidad de su equipo y su visión narcisista de las circunstancias que las posibles ideas ponderadas de su grupo de asesores para la toma de decisiones. De igual forma, muestra su desprecio por las formas adecuadas de discutir información sensible. En otras palabras, Trump desprecia incluso las reglas de juego que le convienen.
Todo sugiere que fue Mike Waltz, actual consejero de seguridad nacional de Estados Unidos, quien agregó a Jeffrey Goldberg al chat. Sus declaraciones a la prensa sobre el incidente son vagas y dan a entender que no se trata de algo serio, cuando en realidad es gravísimo. Para empezar, se ha roto el protocolo para tratar asuntos de inteligencia y seguridad. Nada tiene de seguro llevar a cabo discusiones, planes estratégicos y operaciones a través de un chat entre colegas.
Pareciera que todo fue a propósito: desvirtuar —con razón o sin ella— la majestad de los planeamientos de Estado y ridiculizar el proceso de toma de decisiones. Por otra parte, hay una clara infracción voluntaria de las reglas de inteligencia, pues el nivel de información publicada, que parece ser al menos secreto (objetivos, horarios y armas antes de un ataque, así como nombres de agentes de la CIA), luce más como una muestra de fanfarronería que como una estrategia seria alineada con el interés nacional fuera de las fronteras estatales.
Si bien la inteligencia puede ser urgente, deben conservarse los mecanismos para su custodia y transmisión. Signal es una aplicación de mensajería instantánea libre y de código abierto. Seguramente, los estrategas de seguridad nacional de la Casa Blanca saben esto. De hecho, el uso de dispositivos móviles y aplicaciones de mensajería instantánea está prohibido por el Departamento de Defensa. Lo paradójico es que el secretario Hegseth estaba en la conversación. La exposición y filtración de información por medios inadecuados pone en riesgo la vida de miles de trabajadores en el terreno, desde soldados hasta civiles. Así que la tesis de que “fue una simple conversación” se viene abajo. El gobierno de Trump sostiene que no fue nada y que no se reveló información que comprometiera la seguridad nacional. Sin embargo, el Comité de Inteligencia del Senado no opina lo mismo. El factor crítico es si la información publicada en Signal se considera clasificada, y todo parece indicar que lo es. Según la Guía de Clasificación de Inteligencia, la planificación militar de un ataque anticipado corresponde a la categoría de “SECRETO”.
A Trump le incomoda el gobierno y gobernar; le incomodan las reglas de juego, y la mejor forma de deshacerse de ellas es rebajarlas, caricaturizarlas.
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