Los descriptores de América Latina parecen ser espacios comunes y vacíos, pero tienen algo de fondo cuando se observan las costuras de una región hecha pedazos. Los procesos de integración han sido escenarios de discursos grandilocuentes, con un notable empalago de formas que intentan ser mensajes de esperanza, pero dejan sensaciones de tragedia regional. Los líderes latinoamericanos parecen sentirse cómodos en medio de la turbulencia sistémica que caracteriza a la región; se sienten holgados con los problemas regionales porque entienden que son tan comunes como compartidos, y que, por defecto, la solución siempre está en otros y nunca en ellos. Es la región de todo tipo de orden, menos del político o de la seguridad. Los variopintos órdenes en América Latina son los creados por actores no estatales; es más, quien ostenta el gran ordenador de las configuraciones regionales es el crimen organizado: un tramitador que entiende que las fronteras son solo para los Estados.
La cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) que tuvo lugar el 9 de abril de 2025 en Tegucigalpa dejó ver las graves honduras sobre la región. Da la impresión de que siempre estos encuentros son oportunidades para crear, construir y avanzar en proyectos regionales, pero son espacios donde queda en evidencia la inmadurez diplomática y la incipiente noción de región que tienen los gobiernos. Los mandatarios saben de los problemas y crisis globales, pero les preocupan más sus posturas individuales y egos ideológicos que las cuestiones de la región. Es una zona en repliegue, contrahecha y flotante.
América Latina no figura en el mundo, y sus líderes son, en buena parte, responsables. El texto de cierre de la cumbre, la Declaración de Tegucigalpa, es el resultado de un remedo de región integrada. Los gobiernos han conjurado lo de siempre: el respeto a la democracia, a la integración y al multilateralismo, con un fuerte respaldo al Estado de Derecho. Pero entre quienes redactaron el texto estaban los gobiernos de Venezuela, Nicaragua y Cuba; es más un texto parodia que una consigna diplomática de gran calado. El documento redunda en la falta de estrategia ante la crisis del orden mundial actual. No hay, al menos, una pose de liderazgo ante las tensiones comerciales, las guerras actuales, la tecnopolítica, el hambre mundial o el cerramiento de filas en la defensa de la existencia ucraniana o la democracia. Pareció que lo que importaba era la foto, la pasarela, el acaparamiento de los micrófonos, los puños cerrados y los ceños fruncidos, así como una torpe e imprudente pose de antiamericanismo.
América Latina es una de las regiones que más proyectos de integración regional tiene -por encima de una decena-, pero son simplemente eso: proyectos. En Tegucigalpa se ha perdido otra oportunidad para la región y se ha hecho una hondura más en lo que nos separa.
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