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No le ha sido esquiva la fama post mortem al esquivo Arno Schmidt. De ahí que su nombre haya adquirido el estatus de genio (secreto, incomprendido, radical) de la literatura alemana de posguerra y su obra haya sido emparentada por algunos comentaristas con las obras de Jonathan Swift, François Rabelais o James Joyce. Esta avalancha de prestigio ha precipitado una avalancha periódica de reediciones, en especial en Alemania, y de traducciones: en español la cosa va muy lenta, en francés va un poco mejor y en inglés, gracias a la labor casi apostólica del traductor John E. Woods, se ha venido publicando un material considerable en la editorial Dalkey Archive Press, incluyendo las 1.500 páginas de Zettels Traum (Bottom’s Dream) en una edición de lujo acaso solo para coleccionistas o millonarios.
Al mismo tiempo, se han llevado a cabo eventos de corte académico alrededor del mundo; el último, en 2014 –un coloquio con motivo del centenario de nacimiento de Schmidt–, lo organizó Michel Orthofer y fue editado en libro. Tiene dos epígrafes: uno de Lucrecia, o los hijos de la noche de Edward Bulwer-Lytton (el político y escritor inglés del siglo XIX del cual Schmidt tradujo un par de novelas) y otro del novelista y dramaturgo inglés Paul Ableman: “En resumen, les recomendaría a los lectores que conserven la sobrecubierta y tiren el libro a la basura”. Estas líneas premonitorias provienen de una reseña de Ableman sobre la primera traducción al inglés de un libro de Arno Schmidt: Die Gelehrtenrepublik (The Egghead Republic). Desde entonces han pasado unos 45 años. Y los libros de Schmidt han seguido el mismo destino, es decir: nadie los lee, o, si alguien se atreve a leerlos, terminan en la basura.
Arno Schmidt nació en Hamburgo en 1914. Estudió en Lauban, la ciudad natal de su madre. Al terminar el colegio se dedicó a vagar; por desgracia, encontró un trabajo en una empresa de textiles en la que encontró de paso a Alice Murawski. Se casaron el 21 de agosto de 1937. A comienzos de la Segunda Guerra Mundial, Schmidt fue reclutado. No tardaron en trasladarlo a los batallones de artillería en Alsacia. Unos meses antes del fin de la guerra se las ingenió para eludir el asedio de los rusos, se escapó con su esposa al oeste de Alemania y se entregaron a las tropas inglesas. Entonces perdieron lo poco que tenían, incluyendo una gran biblioteca. Después de un arresto fugaz como prisionero de guerra y una temporada aún más fugaz como intérprete en una escuela, Schmidt volvió con su esposa a Lauban. Todo estaba bajo la supervisión de los polacos. Así, en medio de la zozobra, miles de refugiados, entre esos los Schmidt, emprendieron un largo peregrinaje y terminaron en otros pueblos de la futura Alemania Occidental.
En Kastel, convertido ya en un escritor incómodo –de sus muchos libros cabe destacar Los hijos de Nobodaddy, del que hablaré en otra columna–, Schmidt fue acusado de inmoral. Por eso huyó con su esposa a Darmstadt. En 1958, se trasladaron a Bargfeld. Esta aldea solo tiene en la actualidad un gran atractivo turístico: la casa gris donde Arno Schmidt escribió hasta su muerte en 1979.
