Cervantes: locura e ingenio

Luis Fernando Charry
21 de mayo de 2022 - 05:30 a. m.

Los personajes emblemáticos de la obra de Cervantes son hijos de la locura. En cierto sentido son cervantinos —típicamente cervantinos— porque se han vuelto locos. El ejemplo canónico sería el Quijote, cuya locura no solo es el detonante de la novela sino la novela misma: sin locura, se podría decir, no hay “trama”. Otro ejemplo canónico sería el licenciado Vidriera. Estos personajes memorables de Cervantes (cada lector puede hacer una lista de los locos cervantinos de su preferencia) tienen varias semejanzas y son un reflejo de su tiempo.

En el siglo XVI, de acuerdo con Daniel L. Heiple, la locura hacía parte de dos tradiciones. La primera tenía un componente bíblico, en la cual todos estaban locos. Esta especie de “locura colectiva” se afianzó en obras de carácter satírico como La nave de los locos (1494) de Sebastian Brant. La segunda tradición tenía un componente clásico y partía del concepto del “loco cuerdo”, del loco que “simula” estar loco para burlarse de los cuerdos. Dice Heiple: “El concepto del loco cuerdo era muy importante en el siglo XVI, sobre todo con la difusión del pensamiento neoplatónico florentino. Los médicos en sus estudios de la melancolía popularizaron un concepto atribuido a Aristóteles que postulaba que el gran ingenio siempre sufre de la locura. Esto se resumía en español con la frase «No hay gran ingenio sin su ramo de locura». Sin duda, el título El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha es parodia de esta preposición”. En la misma línea de Heiple están las palabras del famoso médico y filósofo español Juan Huarte de San Juan: “Y porque el nombre, como dice Platón, est instrumentum docendi discernendique rerum substantia, es de saber que este nombre, «ingenio», desciende de uno de estos tres verbos latinos: «gigno», «indigno», «ingenero»; y de este último parece que tiene más clara su descendencia, atento a las muchas letras y sílabas que de él vemos que toma”.

Aparte de estas tradiciones —bíblica y clásica—, hay una tercera vertiente. Según Roberto Ruiz, cuyo trabajo sigue el estudio de John Olin sobre el Elogio de la locura (1511) de Erasmo de Rotterdam, la locura tiene una división tripartita. En la primera etapa hay una celebración de la locura, un estado de inocencia que le permite al loco mantener intactas sus ilusiones y decir la verdad. En la segunda, la locura se convierte en un juez moralizante: con este renovador atributo el loco puede “juzgar” a los miembros de una sociedad y cada juicio tiene un tinte satírico ya que se propone ridiculizar a la colectividad corrompida. En la tercera etapa, la locura se inscribe en un territorio donde no rige la razón, de modo que el “loco santo” parece en realidad un bufón con responsabilidades.

Es evidente que en la obra de Cervantes, a diferencia de otras obras literarias anteriores —de La nave de los locos (1494) de Sebastian Brant a la Censura de la locura humana y excelencias della (1598) de Jerónimo de Mondragón—, no prevalece “una” clase de locura; hay, más bien, una locura totalizadora. Y esa locura (una mezcla de todas las locuras preexistentes) transformó a Cervantes en un innovador de su época y confirmó una vez más el tamaño de su ingenio.

Luis Fernando Charry

Por Luis Fernando Charry

Escritor, periodista y editor

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar