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Conversaciones con los difuntos

Luis Fernando Charry

17 de noviembre de 2023 - 09:05 p. m.

En los últimos 30 años de su vida, por voluntad propia o, en la mayor parte de los casos, por cortesía de una sentencia de destierro, el poeta español Francisco de Quevedo (1580-1645) pasó numerosas temporadas en Torre de Juan Abad, un pueblo en el sur de La Mancha. De esas temporadas quedan muchas páginas, pero ninguna sobrepasa en méritos al soneto “Retirado en la paz de estos desiertos”.

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Empieza así: “Retirado en la paz de estos desiertos, / con pocos pero doctos libros juntos, / vivo en conversación con los difuntos / y escucho con mis ojos a los muertos”. Por supuesto, la “paz” alude a las condiciones geográficas idílicas de esos retiros —un pueblo despoblado, entre trigales y olivares, rodeado de otros pueblos despoblados— y al mismo tiempo subraya una oposición con respecto a la turbulenta existencia cortesana.

Sin duda en el retiro no está solo ya que tiene a la mano “pocos pero doctos libros”. (A la hora de afrontar la vida retirada, a Andrés Fernández de Andrada le basta “un libro”; a Quevedo le bastan “pocos”). De modo que la elección espartana refuerza el propósito del retiro y opone a la norma de la cantidad —hija de la opulencia y deudora por lo tanto de la corte— la norma de la calidad: con “pocos libros” poblará el retiro y asumirá de paso una disposición conversacional, como queda aún más claro en el segundo cuarteto: “Si no siempre entendidos, siempre abiertos, / o enmiendan o fecundan mis asuntos; / y en músicos callados contrapuntos / al sueño de la vida hablan despiertos”.

Discutir, razonar, dudar: la lectura —una conversación con los otros “con los ojos abiertos” y “en silencio”— suscita en el fondo un proceso de enriquecimiento intelectual. De ahí que en Otras inquisiciones Borges señale: “No faltan rasgos conceptistas en la pieza anterior (escuchar con los ojos, hablar despiertos al sueño de la vida) pero el soneto es eficaz a despecho de ellos, no a causa de ellos”. Esta cuestión “conceptista” proviene, según James O. Crosby, de la lectura de las Epístolas morales de Séneca, más notoria incluso en los tercetos finales del soneto: “Las grandes almas que la muerte ausenta, / de injurias de los años vengadora, / libra, ¡oh, gran don Joseph!, docta la imprenta. / En fuga irrevocable huye la hora; / pero aquella el mejor cálculo cuenta, / que en la lección y estudios nos mejora”.

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La lectura como metáfora de la conversación con los difuntos ya se encuentra prefigurada en Quevedo en el poema “Funeral a los huesos de una fortaleza que gritan mudos desengaños”, y, desde la perspectiva de la pintura, en la “Oda al pincel”. En “Retirado en la paz de estos desiertos” hay a su vez un elemento clave, la imprenta, el cual permite efectuar, de acuerdo con Antonio Carreira, un acto vengativo: “La imprenta, librando del olvido a los grandes hombres, los venga del paso del tiempo, que los hizo desaparecer del mundo”. Así, los autores (los sabios que ya no están) vuelven, permanecen y en un sentido no del todo religioso se eternizan en cada nueva lectura-conversación con el lector. O para decirlo de otro modo: la lectura tiene una doble función: suspende el flujo del tiempo y pospone el encuentro con la muerte.

Por Luis Fernando Charry

Escritor, periodista y editor
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