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¿En qué se fundamenta la crítica literaria? En principio, digamos, siguiendo a Gracián, en la agudeza. En este sentido la crítica se podría interpretar (tomo prestada la analogía de Ricardo Piglia) como una variación del género policial: hay un criminal (el escritor), hay un detective (el crítico) y hay un crimen (el libro). En el libro hay huellas: algunas flotan en la superficie, otras están veladas. El crítico rastrea y reúne el mayor número de pruebas antes de emitir un veredicto. Y para emitirlo de un manera legítima se sitúa por regla general al margen de la ley. Por eso desconfía del criterio del público: el público (piensa el crítico) siempre se equivoca; el crítico (piensa el público) tiene un mal gusto bestial. Desconfianza: primer mandamiento del crítico; a lo mejor eso les dará a sus juicios un aura de validez o al menos el “beneficio de la duda”.
Definir el perfil de un crítico puede ser complejo. En cualquier caso, predominarán algunos tics: la incorreción política, la experiencia, la sensibilidad (no confundir con la “sensiblería”). Dice Piglia: “El crítico es aquel que reconstruye su vida en el interior de los textos que lee. La crítica es una forma posfreudiana de la autobiografía. Una autobiografía ideológica, teórica, política, cultural. Y digo autobiografía porque toda crítica se escribe desde un lugar preciso y desde una posición concreta. El sujeto de la crítica suele estar enmascarado por el método (a veces el sujeto es el método), pero siempre está presente, y reconstruir su historia y su lugar es el mejor modo de leer crítica. ¿Desde dónde se critica? ¿Desde qué concepción de la literatura? La crítica siempre habla de eso”.
La lectura desarticula las concepciones espaciales: leer equivale a dilatar el tiempo, a perder el tiempo e incluso a intentar congelar el tiempo (a nadie se le niega una vana ilusión). En ese tiempo sin tiempo se refugia la experiencia del crítico: sus lecturas son su vida aunque nunca lee para recordar sino más bien para no olvidar. Esta experiencia de lectura funda la experiencia autobiográfica. Así, al analizar un pasaje despliega en el fondo una red alucinatoria de asociaciones en la cual su vida se restablece. Curtido e inconforme, lector raro en esa vasta fauna de lectores, diestro en el arte de descifrar entre líneas, el crítico realiza un acto doble: establece una escala de valores (la “democracia literaria”, piensa el crítico, es un disparate) y rescata autores del pasado y del presente con el fin de poner en circulación un canon privado: unos se lo agradecerán, otros no verán la hora de lincharlo en la plaza pública.
Dice Martin Amis que la escritura de ficción proviene de cierta “ansiedad silenciosa”. Esto no quiere decir que los escritores sean capaces de reconocerla cuando el crítico se encarga de sacarla a la luz: un instante, digamos, “crítico” en la vida del autor. A lo mejor por eso en vez del reconocimiento emerge la retaliación: otro síntoma de petulancia e infantilismo, como si el crítico solo tuviera la obligación de decirles a los escritores que se ven “divinos” en el espejo (y me apresuro a aclarar que el libro es el espejo y en ese espejo muchas veces se ven horrendos).
