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Con la insoportable convicción de un joven de 26 años que ha sobrevivido a la insoportable influencia del ultraísmo (muchos años después él mismo se encargará de renegar de esos vicios de juventud no del todo aptos para ciertos poetas en ciernes), Jorge Luis Borges escribe en Inquisiciones: “Quevedo es, ante todo, intensidad”. En ese mismo libro —se publicó en 1925 y tuvo un tiraje de 500 ejemplares que tuvieron la buena fortuna de circular de manera exclusiva entre familiares y amigos—, en un ensayo sobre Herrera y Reissig, Borges expande esa apreciación: “Los versos más ilustres de Quevedo no están situados casi nunca en el remate de una estrofa. Su intensidad no es subidora; quiere ser lisa y fiel. Apartando algunos sonetos de una evidente configuración escolástica, realizaremos que tal vez los únicos desmentidores de esta igualdad son el soneto LXXXI de la segunda musa y el XXXI de los enderezados a Lisi en el libro que canta bajo la invocación a Erato”.
Esta apreciación juvenil es tan desatinada que indujo a Borges a prohibir a lo largo de su vida la reedición de Inquisiciones (un libro contaminado por los giros sintácticos de la prosa gauchesca y por la música de los grandes prosistas ingleses: ¿o acaso no habría sido más “castizo” decir “nos daremos cuenta” en vez de “realizaremos”?) y a enmendar los desatinos de la juventud cuando se encargó de prologar y seleccionar, unos sesenta años más tarde, en 1982, lo mejor de la poesía de Quevedo.
En esa antología hay sin duda suficientes pruebas del desatino juvenil de Borges. Veamos entonces algunos “remates de estrofas”: Del soneto “Memoria inmortal de Don Pedro Girón, duque de Osuna, muerto en la prisión”: “Faltar pudo su patria al grande Osuna, / pero no a su defensa sus hazañas; / diéronle muerte y cárcel las Españas, / de quien él hizo esclava la fortuna”. Del soneto “Salmo XIX”: “¡Cómo de entre mis manos te resbalas! / ¡Oh, cómo te deslizas, Vida mía! / ¡Qué mudos pasos traes, oh muerte fría, / pues con callado pie todo lo igualas!”. Del soneto “Retirado en la paz de estos desiertos”: “En fuga irrevocable huye la hora; / pero aquella el mejor cálculo cuenta / que en la lección y estudios nos mejora”. Del soneto “A Roma, sepultada en ruinas”: “¡Oh, Roma!, en tu grandeza, en tu hermosura, / huyó lo que era firme, y solamente / lo fugitivo permanece y dura”.
Y hay también otras pruebas en otros poemas que Borges no seleccionó. Del soneto “Arrepentimiento y lágrimas debidas al engaño de la vida”: “No sentí resbalar, mudos, los años; / hoy los lloro pasados, y los veo / riendo de mis lágrimas y daños”. Del soneto “Amante ausente del Sujeto amado, después de larga navegación”: “Dividir y apartar puede el camino; / mas cualquier paso del perdido Amante / es quilate al amor puro y divino”. Del soneto “Amante agradecido a las lisonjas mentirosas de un sueño”: “Y dije: ‘Quiera Amor, quiera mi suerte, / que nunca duerma yo, si estoy despierto, / y que si duermo, que jamás despierte’”.
Por supuesto, cualquier lector de Quevedo encontrará en su obra muchos más ejemplos de “intensidad subidora”.