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Lejos del mundanal ruido

Luis Fernando Charry

03 de noviembre de 2023 - 09:05 p. m.

En la primera estrofa de “La vida retirada”, de fray Luis de León (Cuenca, 1528 - Ávila, 1591), se advierte ya un deseo de liberación: “¡Qué descansada vida / la del que huye del mundanal ruido / y sigue la escondida / senda, por donde han ido / los pocos sabios que en el mundo han sido (…)”. Sin duda la vida “en sociedad” genera una especie de “encarcelamiento” y por lo tanto valdría la pena “huir” (el verbo estaría en sintonía con la filosofía de Montaigne, la cual palpita en varios de sus ensayos, en especial en “Huir de los placeres a costa de la vida”). Así, la huida aligera el “peso” de la vida, dejando atrás el eco insidioso del “mundanal ruido” (fray Luis expuso este motivo también en “Del mundo y su vanidad”).

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Por supuesto, el acceso a ese territorio idílico no estará a disposición de la mayoría de los mortales ya que no todos pueden renunciar a la sociedad y mucho menos convertirse en sabios. En cualquier caso, el “territorio idílico” se enmarca en la naturaleza: “¡Oh, monte, oh, fuente, oh, río! / ¡Oh, secreto seguro, deleitoso!, / roto casi el navío, / a vuestro almo reposo / huyo de aqueste mar tempestuoso”.

Esta armonía con la naturaleza no sería plena sin un privilegio: no ver el ceño “vanamente severo / de a quien la sangre ensalza o el dinero”. Como señala Elías L. Rivers: “La urbana sátira horaciana del beatus ille (menosprecio de corte y alabanza de aldea) se combina con una filosofía trascendental de armonía universal, con resonancias pitagóricas, neoplatónicas y cristianas”. En efecto, hay en esta oda de fray Luis un gesto de desdén hacia la alcurnia, el dinero, la fama, y ese desdén tendría un aporte significativo en el proceso de realización personal, condicionado por el vínculo consigo mismo, tal como lo expresa en la octava estrofa: “Vivir quiero conmigo; / gozar quiero del bien que debo al cielo, / a solas, sin testigo, / libre de amor, de celo, / de odio, de esperanzas, de recelo”.

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Con esta confesión “egoísta” se condensa la especificidad de la vida retirada: vivir bien, vivir solo, con uno mismo como único testigo, sin admitir ninguno de los atributos (amor, odio, esperanza) de aquella vida donde reinaba el mundanal ruido: “Y mientras miserable- / mente se están los otros abrazando / con sed insaciable / del peligroso mando, / tendido yo a la sombra esté cantando; / a la sombra tendido, / de hiedra y lauro eterno coronado, / puesto el atento oído / al son dulce, acordado, / del plectro sabiamente meneado”.

Cuestiona otra vez fray Luis la vieja insaciabilidad de poder por medio de una doble vía discursiva, es decir, señalando a aquellos que no pueden dejar de buscarlo y a aquellos que no pueden abandonarlo cuando lo han obtenido. En estas últimas estrofas la codicia por el poder se presenta como una suerte de adicción incurable, o al menos incurable mientras el adicto permanezca anclado a aquel mundo donde el poder se ha convertido en la fuerza predominante. Ante la codicia, ante la insaciabilidad de poder, fray Luis (humanista, teólogo, poeta, astrónomo) opta por tenderse en la sombra, como si esa postura fuera en el fondo la única postura digna a la hora de aspirar a la sabiduría. Canta y oye, canta y oye. Y observa.

Por Luis Fernando Charry

Escritor, periodista y editor
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