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Hace unos años Charlotte Lange publicó Modos de parodia, un libro donde trató de analizar Tres tristes tigres de Guillermo Cabrera Infante, El mundo alucinante de Reinaldo Arenas, Los relámpagos de agosto de Jorge Ibargüengoitia y La tumba y “¿Cuál es la onda?” de José Agustín a la luz del concepto de parodia.
Según Lange, la parodia se origina en la Poética de Aristóteles, aunque se consolida en la obra de Aristófanes, cuyas “imitaciones humorísticas” serían apenas un gesto de admiración por las obras de Eurípides. Este gran hallazgo sobre la evolución literaria (Lange no cita sus fuentes) ya había sido planteado por Tynianov en “Tesis sobre la parodia”: “La mecanización de un procedimiento verbal puede realizarse por su repetición, que no coincide con el plano de la composición; […] por el desplazamiento de los significados en el estilo del retruécano (las parodias escolares de los poemas clásicos, añadiéndoles estribillos ambiguos; el estribillo paródico en Las ranas, de Aristófanes, agregado a los versos de Eurípides)”.
En cuanto a la etimología, “parodia” proviene de odos (“canto”) y de para (“frente a”, “contra” o “al lado de”). Al respecto, Lange apunta: “En el primer caso, la parodia se define entonces como un ‘contra-canto’, es decir, la intención de un texto paródico es reducir o ridiculizar un texto anterior. El segundo significado alude más a la intertextualidad, o sea, a la presencia de dos o más textos en el texto paródico pero sin la intención de degenerarlos”. Si hay ridiculización, dice Lange, hay parodia; y si hay parodia, dice Lange, hay también “intertextualidad”. Yo creo que Lange está un poco confundida.
Deudor del “dialogismo” de Bajtín, el término “intertextualidad” fue puesto en circulación por Julia Kristeva en 1967, en un artículo —“Bajtín, la palabra, el diálogo y la novela” — publicado en la revista francesa Critique. El artículo de Kristeva era en esencia un estudio crítico sobre dos libros de Bajtín: Problemas de la poética de Dostoievski (1963) y La obra de François Rabelais (1965). De ahí surgió el término “intertextualidad” sobre el que más adelante Roland Barthes escribió algunos ensayos. Así, la “definición” de parodia de Lange no tiene ninguna filiación con Kristeva o Barthes (ni con lo “carnavalesco” de Bajtín).
En este orden de “ideas”, Lange dice que la “parodia antigua” tenía un vínculo con lo “humorístico” antes de que se redujera, entre los siglos XVI y XIX, a lo “burlesco”: “Es decir, en esa época el concepto acerca de la parodia cambió, al borrarse la frontera entre estos dos géneros emparentados. Esta confusión se ve por primera vez en el teatro italiano del siglo XVI y después por toda Europa en el poema heroico-cómico popular hasta fines del siglo XVIII”.
Aunque es extraño que no mencione ni una sola obra del teatro italiano del siglo XVI ni un solo poema europeo, lo cierto es que Lange solo concibe la parodia en función del “humor”. Si no “produce” un “efecto humorístico”, no puede recibir el nombre de parodia. Estos reduccionismos académicos, claro, me parecen pobres, arbitrarios e insuficientes, sobre todo en relación con esas obras irreductibles de la literatura hispanoamericana.

Por Luis Fernando Charry
